Cambio social y avance tecnológico
Un amigo mostró, orondo, su nuevo juguete tecnológico: una Nikon, artilugio voluminoso como una cámara que tuve. Corrijo, un equipo de esa marca con lentes de 24, 55 y una telescópica, amén de otros perendengues acomodados en maletín de almohadillados compartimientos. Lo compré de uno que había retornado de Tailandia y que en Los Ángeles sufría conmigo ritos de pasaje académicos, en barracas de huestes yendo a la guerra en el Pacífico adaptadas a vivienda de graduados casados camino al doctorado.
Ahora muchos pavonean su último modelo de teléfono inteligente. Me divierte ponderar cuánto de ellos dominan los alardosos, tan risible como yo que creo ser un letrado digital, cuando apenas manejo el procesador de textos, las planillas electrónicas y gotas de aquí y allá de otros protocolos: rechazo software que hoy hace liviano lo que en otro tiempo requería años conocer. Ya anuncian cámara fotográfica en móvil celular, cuya calidad rendirá aún más obsoleto lo que el fotógrafo de antaño calibraba a mano.
Miren ustedes adonde me lleva mi afiebrada musa. Yo que vi cámaras de cajón en plazas y fotos desteñidas por el tiempo, sopeso cambios sociales apadrinados por recientes avances tecnológicos. Me preocupa la percepción de asuntos mundiales y otros que afectan a una sociedad tan escindida como la nuestra. Un ejemplo es el entrevero sangriento en el Oriente Medio.
Mario Vargas Llosa opina sobre el último tira y afloja en Gaza, alegando que sería un Singapur en el Mediterráneo con tanta ayuda. Es logro saboteado por el odio fanático que se escuda en niños, escuelas y hospitales, disparando cohetes adonde lleguen. Es fácil dejarse llevarse por el horror de la dieta diaria de ruinas y mutilados que traen las noticias, algo que hizo el laureado escritor peruano y rebatido por apuntes pro-israelíes de David Mandel.
Sorprendió el comentario de una connotada analista nacional, donde su animadversión tocó límites de racismo antisemita, común en primos hermanos árabes, donde unos niegan el Holocausto que asesinó millones de judíos, además de gitanos, homosexuales y minusválidos. Los últimos llamados ahora gais y personas de habilidad especial, respectivamente, en un mundo hipócrita que tolera atropellos y matanzas. Al fondo quizá está la única religión que es también ideología de conquista: el Islam.
Hoy gozamos la postura cristiana del Papa Francisco, en una Iglesia Católica que tiene prontuario de sexo, guerra y corrupción, conservando aún el boato vanidoso que la aleja del humilde Jesús. El fervor religioso que en la historia ocasionó tanta guerra e injusticia, se pone de moda con el radicalismo islámico. Oriana Fallaci opinaba que la caída de la civilización occidental y el auge del islamismo fundamentalista, llevaría a una “Eurabia” porque detrás de los inmigrantes vienen las mezquitas (hay 300 en París), cuando no la demanda de enseñar el Corán en las escuelas.
Los artilugios de la revolución de las comunicaciones llevan a los hogares la crueldad de reporteros degollados por ser gringos, árabes acribillados por ser cristianos, niñas nigerianas raptadas por terroristas. Tienen tecnología bélica que fabrican industrias siempre colonialistas y contrabandean impunes señores de la guerra. Estados Unidos moviliza una coalición que bombardeará territorio ocupado por fanáticos de un califato islámico, en países cuyos límites fueron trazados hace años por imperialistas europeos. Alertando del Jihad islámico, escribe Arturo Pérez Reverte “¡Es la Guerra Santa, idiotas!”. ¿Estamos de vuelta a la época de las Cruzadas y a la pulseta entre cristianismo e islamismo?
Vaya y pase. Más preocupa en países latinoamericanos el mal gobierno y la corrupción, amén de que sigan involucionando a nuestras sociedades los movimientos insurgentes desgastadores, la plata del narcotráfico, las armas de industrias avanzadas y las ideologías obsoletas. Más aún, pongan en el morral la nueva delincuencia que dispone de artilugios y armas modernas. Hace poco exhibieron una muestra en la fiesta macabra en la cárcel modelo de El Abra, algo común en la versión cruceña de Palmasola. Lean el éxito mundial que es “Marching Powder” un relato alucinante de vida en el penal de San Pedro, en el centro de La Paz, donde campean drogas, narcotraficantes, abusos y corrupción de ‘pacos’ y pillos, que inclusive obtienen rédito con tours de turistas foráneos.
Algo de razón tiene Marcola, Marcos Camacho, líder del Primer Comando de la Capital (PCC), cuya entrevista por O’Globo me envió mi amigo José María Bakovic días antes de morir. Dicen que su mafia ya tiene contactos en Bolivia, y él alardea de ser rico por la droga. “La gente se está muriendo de miedo”, dijo, e inseguridad, digo yo. “¿Cuál sería la solución?”, preguntaron. “Solo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta de una ‘tiranía esclarecida’, que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice; del Judicial que impide puniciones… Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría un cambio psico-social profundo en la estructura política del país.” Difícil sino imposible.
Marcola hablaba de Brasil, aclaro, pero ¿no cala también para Bolivia?