El odio religioso acorrala a los cristianos
Por Marcos Aguinis | LA NACION | Buenos Aires, 27.08.2014
Un volcán escupe lava y amenaza multitudes. El ala fundamentalista del islam, tras varias décadas de latencia, se ha erguido con furia y avanza al ritmo de diversas intensidades, métodos y justificaciones. Pretende devolver el mundo a la oscuridad de la Edad Media.
La ONG llamada Mechric (Comité Cristiano del Medio Oriente), formada por instituciones de Irak , Líbano, Sudán,Irán, Siria y todo el norte de África, fue fundada en 1981 para monitorear las agresiones que se venían cometiendo contra las poblaciones cristianas desde el Atlántico hasta el océano Índico. La masacre contra la iglesia copta de Alejandríadeterminó que esa entidad publicase un documento en el que -¡por fin palabras claras!- condenó a sus autores directos e intelectuales. «Este acto atroz fue realizado por los seguidores jihadistas de una ideología criminal corporizada por Al Qaeda, la red Salafi y sus aliados, que están infiltrando las elites de toda la región. “Mechric urge a los pueblos cristianos del orbe a movilizarse en favor de sus hermanos del Medio Oriente gravemente amenazados por una permanente discriminación y persecución. También convocamos a los sectores democráticos y las organizaciones defensoras de los derechos humanos de los países árabes y musulmanes a condenar la barbarie cometida contra los coptos de Egipto y contra los cristianos de Irak y otras regiones de la zona.” Desde entonces la situación ha empeorado.
No es un secreto que en Arabia Saudita está terminantemente prohibido construir una iglesia o exhibir una cruz, pese a que ese país construye mezquitas suntuosas por doquier (en la Argentina se le donó un valiosísimo terreno). Bajo laAutoridad Palestina, el hijo de un peluquero en la ciudad de Qalkilia fue encarcelado por el «crimen» de haber formulado dudas respecto del islam; los intendentes cristianos de varias ciudades cisjordanas fueron reemplazados por musulmanes. Un lento y permanente éxodo vacía de cristianos a todos los territorios llamados «palestinos». Los católicos también están desapareciendo de Irán. No cesan de disminuir los maronitas en el Líbano. Casi no quedan en Siria.
Las matanzas ocurridas en Sudán a lo largo de muchos años por hordas que irrumpían en las aldeas cristianas conforman una muestra del más extremo horror. Ni hablar sobre el genocidio de Darfur. Pero Sudán y otros países que oprimen a la mujer y discriminan a sus minorías religiosas, siguen formando parte de las Naciones Unidas y ¡hasta integran comisiones vinculadas con los derechos humanos! En Eritrea se propagó la fantasía de que los cristianos deseaban voltear la junta dictatorial y se puso en marcha una campaña para limpiar el país de «los subversivos que portan una cruz». EnBagdad hubo un asalto a la catedral, en medio de la misa, y se asesinó a 58 personas. Durante la dictadura del generalMuhammad Zia, en Pakistán, se sancionó una ley contra la blasfemia, término vago que incluye desde una expresión insultante hasta una ingenua duda sobre las verdades del Corán. En Nigeria fueron secuestradas centenares de niñas, forzadas a convertirse al islam y ser esclavas sexuales. La misma técnica, pero agravada, ocurre en Irak: después de asesinar a todos los varones de la familia, son secuestradas sus mujeres para que también sirvan de esclavas sexuales. El espanto es más intenso al enorgullecerse los fanáticos por la decapitación de sus prisioneros y someter a otras víctimas al suplicio de la crucifixión. ¡En pleno siglo XXI!
Estos sectarios aspiran a un Medio Oriente Christenrein (limpio de cristianos), así como ya lograron que seaJudenrein (limpio de judíos) cuando expulsaron de sus países a todos los judíos en 1949, que terminaron refugiándose enIsrael. Se estima que la población cristiana del Medio Oriente hasta fines del siglo XX se acercaba a un 20%. Los últimos censos la han reducido a un 5%. Y su número sigue bajando. Ahora se ha exacerbado el odio contra los inermes azeríes y otras minorías, que son objeto de un exterminio sistemático. Aquí corresponde emplear la palabra «genocidio», que se ha banalizado en boca de muchos ignorantes. Genocidio es precisamente eso: liquidar a un vasto grupo humano por razones de nacionalidad, raza, etnia o religión. Exterminarlo, hacerlo desaparecer de la faz de la tierra. El siglo XX sufrió el genocidio del pueblo armenio y otro más atroz, el del judío. Luego llegaron las matanzas africanas. Ahora se destacan los crímenes perpetrados por la rama asesina del islam. Algunos líderes, envalentonados por sus éxitos, han manifestado que también recuperarán España y, en la misma España, ciertos imanes respaldan ese «derecho», para lo cual se reproducen imágenes de la antigua presencia musulmana en el país. En otras palabras, el infierno del Medio Oriente, para estos sicarios, no se reducirá al Medio Oriente. Su ambición es planetaria, aunque parezca absurda.
El delirio ya se ha extendido más de lo sospechado. Crece bajo el calor de la tolerancia religiosa que floreció en Occidente. Pero esa tolerancia no es asumida por muchos líderes musulmanes. En Italia, el ministro del Interior acaba de expulsar al imán Raoudi Aldelbar con este mensaje: «Es inaceptable que se hagan explícitas invitaciones a la violencia y el odio religioso. Por eso he dispuesto su inmediata expulsión del territorio nacional. Que mi decisión sirva de advertencia a todos quienes piensen que en Italia se puede predicar el odio». La medida fue adoptada tras una serie de investigaciones delServicio Central Antiterrorista Italiano. Durante sus alocuciones el imán maldijo a Israel y pidió la intercesión deAlá para que «muera hasta el último judío». «Israel es un pueblo que merece ser encadenado y maldito. Alá: búscalos de uno a uno y mata hasta el último de ellos. Haz que su comida se convierta en veneno y se convierta en llamas el aire que respiran».
No es un estilo nuevo. Prédicas similares abundan en Irán y son propaladas a diario por Hezbollá y Hamás.
Urge que la porción civilizada del mundo ponga las manos en el fuego. Lo acaba de hacer el papa Francisco con su habitual valentía. Falta que también eleven su voz los gobiernos y las organizaciones internacionales. Pero, sobre todo, falta que haya condenas explícitas contra esta versión canallesca del islam por parte de los mismos musulmanes. Es decisivo. A éstos les corresponde defender los aspectos nobles de su religión. Hacerlo con fuerza. Es comprensible que los atraviese el miedo a represalias cargadas de salvajismo. Pero su silencio los hace cómplices. No alcanza con poner las culpas afuera. Las matanzas en Siria, Irak, Nigeria y otros países no dan lustre a las enseñanzas del Corán ni corresponden a las palabras con las que empieza cada una de sus suras: «En el nombre de Alá, clemente, misericordioso». En esos crímenes no hay clemencia ni misericordia, sino agravio a los cielos, si se considera que Alá es el creador de la vida.
Lamentablemente, en el Corán existen versículos reñidos con la paz, la pluralidad y la tolerancia, que citan los jihadistas. Es obligatorio decirlo y reconocerlo. Como también es obligatorio decir y reconocer que también existe ese tipo de versículos en la Biblia. Pero la civilización ha logrado que se haga abstracción de las porciones hostiles y se acentúen las piadosas y fraternales. Ellas convierten a las religiones en un motor de la paz exterior e interior, luego de siglos en que parecían condenadas a lo contrario.