Cuchillos afilados y brillantes…
El Premio Nobel de la Paz, destinado “a la persona –o institución– que haya hecho el mejor trabajo o la mayor cantidad de contribuciones para la fraternidad entre las naciones, la supresión o reducción de ejércitos, así como la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año inmediatamente anterior”, fue otorgado este año, entre varios nominados –el papa Francisco, Vladimir Putin, Edward Snowden, Denis Mukwege y José Mujica–, junto al defensor de la niñez, Kailash Satyarthi, a la paquistaní Malala Yousafzai (de solo 17 años). Malala, siendo una niña, resolvió estudiar, pese a las amenazas del fundamentalismo talibán, y defender sus derechos, como lo dijo hace un año, con “nuestros libros y nuestros lápices”, que “son nuestras mejores armas”.
Malala, por ese pretendido pecado, fue víctima de un atentado criminal perpetrado por un militante de Tehrik e Talibán Pakistán (TTP), organización que había prohibido, en la región pakistaní que dominaba, que las niñas asistan a las escuelas. El sicario disparó en el cráneo y el cuello de Malala, pero ella sobrevivió. Todo esto porque “está claro que para la cultura talibán el lugar de la mujer se reduce a vivir casi ocultas dentro de las casas, a no poder salir solas a la calle, a transitar toda su vida con atuendos que las tapen casi por completo (rostro y cuerpo) y a partir de los 18 años, entre otras cosas, a procrear”. (Daniela Blanco, Infobae 10.10.2014).
La extraordinaria Malala vive en Inglaterra. Sigue amenazada. Sólo horas después de anunciarse que ella había ganado el premio Nobel de la paz, vino otra terrible amenaza: «Personajes como Malala deberían saber que no nos disuadirá la propaganda (de los infieles). Hemos preparado cuchillos afilados y brillantes para el enemigo del Islam», escribió en un twitter Jamaat ul Ahrar, de un grupo, más radical aún, que se escindió del talibán paquistaní TTP.
Vivimos en mundo demencial. Degüellos, lapidaciones y fusilamientos de mujeres, hombres y niños, en un tiempo en que se ha reconocido que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias” (del Preámbulo de la Carta Universal de los Derechos Humanos).