Día de la Mujer en Los Hualles
El Día Internacional de la Mujer nos agarró en el sur de Chile, lejos de los entreveros políticos que en nuestra patria quitan el sueño y me causan risa y sorna. Una amiga, activista ella de lides en favor de la mujer, nos acarreó a un fundo pequeño a 30 Km de ese Osorno de espléndido volcán. Allí la Corporación Siglo XXI tiene la casa interactiva Los Hualles, una especie de refugio de mujeres que en mayor o menor gravedad han sufrido la violencia de género. Pasarían el Día Internacional de la Mujer tomando conciencia de circunstancias comunes, ojala que adquiriendo fuerza en la unidad.
Fueron ocho varones en medio de setenta mujeres, más dos fornidos y nada guatones carabineros que visitaron el centro, quizá curiosos de tanto tráfago en un tranquilo entorno rural. Su evento empezó con un reconocimiento a Estela Malone, poetisa chilena que desdecía aquello de que “dos tetas tiran más que dos carretas”, al casarse con un estadounidense y morar en Miami. No le impedía pasar las vacaciones en el sur chileno, tierra de Mapuches Güiliches, volcanes nevados cuando no airados, lagos de impensados tonos de azul, y mar, tanto mar. Patriotero que soy, reflexioné que poca mella haría si cedieran un cordón umbilical de océano a nuestra Bolivia enclaustrada. Las hijas de Estela habían donado el predio al Centro de Indagación e Investigación para la Prevención de la Violencia de Género de la Corporación Siglo XXI, fundada por nuestra amiga Olga Barrios Belanger.
“¡Ah!”, me saltó el sabihondo, “el género humano es uno”, dije. Retrucaron que ‘género’ es concepto cultural y el sexo es cosa biológica. Sabía yo que los privilegiados con unicornio y fosa de placeres son tal vez cinco por ciento de la población humana, mientras que la cuenta de homosexuales que salen del closet recién ha comenzado. De poco sirvió mi perorata de que hay de tres a cinco sexos. “Tal vez tres”, dijeron, “hombre, mujer y hermafrodita, porque lesbianas y gais tienen que ver más con la preferencia sexual”. Me rendí con armas y bagajes, mirando a un collage de mujeres y mensajes como “el machismo mata”, no sin antes prorrumpir, a la manera de Eduardo Abaroa, en inútil aunque heroico “y el feminismo castra”.
Impresionó la fusión de ceremonial mapuche con el activismo del evento. Nos trasladaron a una loma con vista a la inmensidad de montañas que a lo lejos aserraban el horizonte luego de una sucesión de valles ondulados. El escu que pidió permiso a la Madre Tierra se realizó con todos reunidos en círculo, en momentos agarrados de las manos, en una ceremonia que incluyó invocaciones en idioma ancestral y fuego, humo y preces de sahumerio ante un altar de gran guirnalda vegetal y tres banderas (ninguna la de la estrella solitaria).
Sentados en un auditorio, escuchamos la tonadilla de una cantautora rasgando su guitarra, para luego desembocar en una ponencia sobre la mujer y la salud pública en Chile, expuesta por un viceministro de salud. Luego confluimos a un almuerzo, donde saboreé la versión mapuche de un charquicán que los bolivianos, especialmente de origen oriental, preferimos con más carne bovina seca y menos papa.
De lejos presencié la búsqueda mujeril de un sentido a la vida, en una mándala laberíntica de piedras, sin poder sustraerme luego al abrazo de un árbol y robarle algo de su energía y persistencia. Fue antes de que ingresaran en tropel a una ruca, recinto circular mapuche con humeante fuego en el centro, donde todas y cada una contaron sus cuitas. Preferí la observación no participante y escuché de afuera sus relatos, en especial cuando tocó el turno a mi esposa, no fuera que interfiriese su catarsis; algunos de veras lacerantes, me impresionó el relato de un joven que contó de la violación de una hermana menor por un familiar pedófilo.
Discreto, me retiré a recorrer el laberinto pétreo, que me recordó que a veces hay que reencaminar lo andado para salir airoso de los atolladeros de la vida. Ciertamente los prejuicios deben ser controlados por la educación, las penalidades y la censura social. De algo estoy seguro: todos, mujeres y hombres, terminamos el día en Los Hualles siendo mejores y más conscientes ciudadanos de este azaroso mundo. Cito el poema “Austeridad” de su benefactora: “ahora lloro un llanto pertinaz, sin que fluyan/ las lágrimas, porque son solo espinas de puntas agrias./ Río, no obstante, por reír,/ risas que restañan muy poco mi dolor,/ son solo espinas amargas que acusan a mi corazón”.
Pensé en amigas de lejos en mi país, personajes de activismos en favor de banderas de género, hoy que la tecnología ha liberado a su sexo de oprobiosa servidumbre biológica, y que el cambio cultural ve con buenos ojos que cambien pañales los otrora cazadores de mamuts. Me regodeé de ser un padre culto, bendecido de ser abuelo querendón, de aquellos enamorados para siempre con el primer agarrón por un bebé del dedo índice paternal, que se desvelan por las vicisitudes de sus hijos así fueran ellos cuarentones. ¡Feliz Día del Padre!