Muerte y frivolidad en la noticia
Había dejado a Pedro Camacho con sus radionovelas y al africano con la cara tajeada, narrado con tanta chispa por Mario Vargas Llosa que sorprendían a los vecinos de mesa mis risas al almorzar. Loco el viejo, pero de dolor, hubiesen confirmado si supiesen que había salido de antesala de cuidados intensivos de un hospital público donde agonizaba un amigo, visitas entre once y doce de la mañana. Cedí mi turno al hermano recién llegado, a la madre compungida, a la ex que quizá todavía le amaba y velaba su coma inducido; a mi hija que como yo le queríamos. Pasé la tarde como zombi, sentado en una plaza y mirando con ojos nubosos la bonhomía de unos hippies que se repartieron la ropa vieja que trajera un benefactor, como los legionarios romanos las pertenencias de Jesús, pero con cariñoso desapego.
Mis amigos de los lunes de albañil no podían entender mi melancolía. Traté de trabar charla con el de la izquierda y consolarle de la voz de tiple afónico, resabio de una infección que no se va. Nada. Me resbaló la bronca de mi doctor de cabecera de bar sentado a mi derecha, por la frivolidad de una que ideó remeras con leyenda light tal vez para agradar a su adulado. Nada. ‘Jara’ en árabe quiere decir estiércol, contaba otro mientras mirábamos como el anfitrión de un torneo de fútbol vencía a un rival disminuido con un jugador menos. Nada.
Lo más duro de la muerte es que no tiene vuelta atrás. La semana anterior había fallecido uno que más que compañero de correrías era un hermano. Coincidió con la partida de otro cuya bonhomía me regaló a Adriana Varela y despertó la gana de conocer Cosquín. Se encimaron obituarios de misas de gente que conocía: la hermana de una amiga querida; la compañera de un profesor condenado a pasar solitario la vejez; el papá de una queridísima amiga. Cenizas quedan del amigo preso; machucada la chispa del amigo columnista. Muerte por aquí, muerte por allá, mes de mierda este frio junio, pensé.
En la mañana tomé mi último ansiolítico y una pildorita que alivia de moquillo y estornudos en serie como salvas de artillería por la polución. Me refugié en las noticias, como pescador en río contaminado donde más que peces halas un zapato viejo o una oxidada lata. Hallé un par de perlas, aptas para cernir con mi sardonia que llora por aquí, ríe por allá.
Tiene que haber sido iniciativa paraguaya eso de que Bolivia les venderá piedras para pavimentar la carretera TransChaco. Digo, porque no se le ocurrió al faraón boliviano de megalómanas obras sembrar de pedregones el camino de Puerto Suárez a Puerto Busch, donde chapotea en tierra anegadiza el muelle boliviano de acceso al río Paraguay. Incluso sugerí que le pavimenten con hierro del Mutún, ya que los andino-céntricos negociadores de la Paz del Chaco quizá desconocían que la locación para un atracadero es en las alturas de Zamucos, donde Suárez Arana fundara Puerto Pacheco a fines del siglo 19. Solo falta que se opongan los Weenhayek y guaraníes bolivianos, tan ilusorio como resistir rebalses mineros que tienen a los sábalos del Pilcomayo repletos de metales dañinos.
Porque el Gobierno se sacó la máscara ecologista para dar vía libre a la exploración petrolera en parques y reservas naturales. ¡Qué Madre Tierra ni qué ocho cuartos!, parece ser la nueva consigna de los ideólogos de conceptos falaces como ‘originarios’ o excluyentes como el Estado Plurinacional de treinta y tantas ‘nacionalidades’. Es oportuno advertir que el Gobierno aplica tales preceptos con sesgo político: bueno para los interesados en terrenos vírgenes para cultivar coca y ampliar su cultura de catos, chicha cumbia y cuatro por cuatro al lado de chozas míseras; malo para llenar la boca con la Pachamama y oponer las hidroeléctricas que nos llevarían, por esclusas, al Océano Atlántico.
La visita del papa Francisco a Bolivia tiene desparrames frívolos. Pecó de ligera la declaración del prelado de enfrentar el mal de altura masticando la hoja ‘sagrada’, en vez de mate de coca. Precipitó a los cocaleros a enseñarle el “akullico”, que no es otra cosa que precipitar alcaloides de la hoja en el cachete, ‘boleando’ con llipta o llujta como catalizador, o ‘bico’ (bicarbonato de sodio) en el oriente y el norte gaucho. Falta nomás que Francisco pise el palito de bendecir la carretera asesina del Tipnis. La pregunta del millón es si el Presidente cocalero hará caso de la Encíclica Verde que le entregará el papa argentino, ahora que abrieron la tranquera legal que impedía depredar los parques nacionales en el país.
En este mundo raro, canta Django, concita mayor cobertura mediática el trasero descomunal de una ‘socialité’ que seguramente defeca diamantes, que el científico midiendo los efectos del calentamiento planetario en niveles marítimos y que lanza alguna proyección apocalíptica. Si los gobiernos no fueran frívolos, soñemos que Chile cede una franja costera con la aquiescencia peruana; imaginemos a Bolivia meter todos sus quintos en un puerto soberano, solo para que el choque de placas tectónicas submarinas provoque un mega-terremoto que destruya sus instalaciones. Ah, somos tan frívolos… y tan inermes.