Cómo andamos en desarrollo humano
Hace poco se afirmaba que el grado de desarrollo económico era la justa medida del bienestar de un pueblo. Por supuesto que este indicador tiene mucho que ver en la medición de los niveles de vida de los habitantes, pero también es cierto que hay indicadores concurrentes que son indispensables para la satisfacción de las expectativas ciudadanas. Por ello se impuso el concepto de desarrollo humano que, a los indicadores económicos, ha ido incorporando aspectos relevantes como la cultura, la institucionalidad democrática, la vigencia de los derechos humanos, la educación, la salud, etc.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define el desarrollo humano como «el proceso de expansión de las capacidades de las personas que amplían sus opciones y oportunidades». Tal definición asocia el desarrollo directamente con el progreso de la vida y el bienestar; es decir “con el fortalecimiento de capacidades relacionadas con todas las cosas que una persona puede ser y hacer en su vida en forma plena y en todos los terrenos, con la libertad de poder vivir como nos gustaría hacerlo y con la posibilidad de que todos los individuos sean sujetos y beneficiarios del desarrollo”.
El PNUD elabora anualmente un informe comparativo mundial del nivel de desarrollo humano. El de 2014 (el último publicado), ubica a Bolivia en el puesto 114 entre 187 países. Comparativamente, descendió un lugar, pues en 2013 ocupaba de puesto 113. Aunque en las calificaciones usadas en el informe muestran modestos progresos en Bolivia, su ubicación comparada con la de los demás es decepcionante, pues está en el penúltimo lugar en América del Sur; detrás de diez países, y sólo mejor que uno: Guayana que ocupa el puesto 120 en el ranking mundial.
Pese a los mayores ingresos en la última década por los altos precios internacionales de los hidrocarburos que exporta Bolivia, la mayoría de los ciudadanos no goza de buenas condiciones de vida: No cuenta con un buen sistema jubilatorio, la masa de pobres se ha mantenido casi estable y la protección que debe brindar el Estado a todos —a la vida, la integridad, la propiedad y la dignidad— es deficiente. Esto demuestra la necesidad de muchos cambios para mejorar la calidad de la democracia, como el respeto a los derechos humanos, sanear la administración de justicia y hacerla independiente y honesta, mejorar la atención de la salud, proteger el medio ambiente y, en especial, elevar la calidad de la educación. Esto, junto a las necesarias actitudes democráticas ahora ausentes.