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Editorial – El Día
El capitalismo no ha muerto y tampoco andaba de parranda. Lo acaba de probar una noticia que puede ser sorpresiva para quienes se solazan señalando las dificultades que atraviesan las grandes potencias y que sueñan con la resurrección del socialismo. Se trata del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) que encabezan Japón y Estados Unidos y que reúne a doce naciones, entre ellas Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Vietnam, entre otras. En América Latina, los únicos firmantes son Chile, Perú y México.
Este puñado de países reúne al 40 por ciento de la economía mundial, a 800 millones de habitantes y podría convertirse en el acuerdo regional más importante de la historia. Su maduración tomó más de cinco años, proceso que se llevó adelante sin mayores resonancias, para evitar precisamente el cacareo de quienes suelen satanizar este tipo de integración a nombre de patrañas ideológicas, pero que ignoran las grandes ventajas de ingresar en contextos de competitividad con países que han alcanzado metas visibles y sostenibles en el plano económico y social.
El principal objetivo del TPP consiste en la reducción de aranceles comerciales y el establecimiento de nuevas normas comunes, dos factores claves destinados a reducir la influencia de China en el mercado mundial, después de varios años de predominancia del gigante asiático que podría beneficiarse, sin embargo, si es que se adapta a las nuevas reglas del juego que, entre otros beneficios, podría incrementar el comercio en más de 200 mil millones de dólares anuales.
El TPP ataca las grandes debilidades de la economía china que se ha desacelerado en los últimos años, precisamente por esos mismos factores: bajos estándares de calidad, desprotección de los trabajadores (que han deteriorado la calidad del empleo a nivel mundial), el incumplimiento de las normas ecológicas y el irrespeto a las patentes y licencias. El acuerdo, además de reducir las barreras de impuestos al comercio entre las naciones, armoniza la legislación en temas como el acceso a internet, la protección a los inversionistas, la propiedad intelectual en áreas como los farmacéuticos y la producción digital, así como normas de protección al medio ambiente.
Este instrumento tiene todos los componentes de la economía que necesita el Siglo XXI, pues incentiva la innovación tecnológica, promueve la transparencia, apunta a humanizar el trabajo, a armonizar la producción con el medio ambiente, a reducir la pobreza y promover la transparencia, ya que establece normas muy claras que restringen los delitos económicos. Por si fuera poco, este nuevo modelo alienta el progreso educativo al cualificar la mano de obra.
Este acuerdo podría beneficiar a todos los países del mundo, porque no solo se está ampliando el mercado, sino que se lo está modernizando, poniéndolo a la altura de los nuevos requisitos de la producción industrial, más limpia, más humanizada y competitiva. Es perjudicial para naciones que siguen insistiendo en los viejos métodos, en el incumplimiento de las normas y el mantenimiento de las estructuras pre-capitalistas, como la boliviana, extractivista y monoproductora.