«Chau, querida»
Por Claudio Paolillo
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Nº1859 – 17 al 30 de marzo de 2016
Montevideo, Uruguay.
Los miles de millones de dólares que cayeron del cielo durante la “década china” dejaron en América Latina, además de una modesta mejora en la vida concreta de las personas, un verdadero tendal de corrupción.
Siempre se robó abundantemente en esta región del mundo. Pero el volumen gigantesco de dinero fresco que entró en este período y la coincidencia de que estuvieran en el ejercicio del poder gobiernos cuya enorme corrupción permanecía oculta bajo el manto sagrado de la “santa izquierda”, está dejando al descubierto un nivel de latrocinio, mentira e inmoralidad pocas veces visto en la historia.
Hay que remontarse a las épocas de las peores dictaduras de derecha (Trujillo, Stroessner, Somoza) para encontrar antecedentes de corrupción tan grandes. Los robos del “neoliberalismo” parecen peccata minuta ante el volumen y la magnitud del aquelarre cuya revelación estamos apenas comenzando a conocer en estas semanas. ¿Qué es la pista que Carlos Menem se hizo construir en Anillaco (La Rioja) frente a las paladas de dinero que hicieron los Kirchner durante los 12 años de su reinado? ¿Cómo se compara la corrupción de Fernando Collor de Mello en Brasil ante los miles de millones de dólares que se fueron en el mensalao, el petrolao y el lava jato de Lula y el PT? Carlos Andrés Pérez robaba también en Venezuela. Pero ha quedado como un “chico travieso” frente al apoderamiento sistemático de decenas de miles de millones de dólares con que el chavismo ha llenado sus bolsillos (los de los generales, los de los amigos, los de la “boli-burguesía”) durante los últimos 17 años.
Aquel manto sagrado ya no protege a nadie. La “izquierda” enterró su “santidad” y, con ella, su supuesta superioridad ética. Ahí está Lula confesando su culpa al aceptar un Ministerio que Dilma le tiró como salvavidas para eludir a la Justicia y evitar la cárcel. “Chau, querida”, le responde Lula a Dilma en una conversación telefónica bochornosa difundida esta semana, en la que la presidenta le anuncia que le envía un documento en el que lo nombra nada menos que como ministro de gobierno, para que lo use “solo en caso de necesidad”. (¿Qué no hubiera dicho la “izquierda” si en 1992 Collor de Mello, en vez de renunciar, se hubiera hecho proteger por algún tipo de inmunidad para no ir preso?). Ahí está la banda de los Kirchner concurriendo a los tribunales un día tras otro, ahora que los jueces se animan. Ahí está lo que queda del chavismo, aferrándose al poder solo para seguir robando lo que quede disponible y, sobre todo, para impedir que un día jueces independientes en Venezuela los pongan tras las rejas. Y ahí está el Plenario del Frente Amplio, dominado por el mujiquismo, el comunismo y el socialismo radical, respaldando a los “ladrones amigos” —a sabiendas de que son ladrones— y aplaudiendo las mentiras del vicepresidente de la República porque, a fin de cuentas, es un “compañero”. Y, ya se sabe, si es “compañero” y “amigo”, puede robar y mentir.
Tengo la impresión de que a la izquierda de antes, la de Frugoni, la de Arismendi, la de Seregni, la de Michelini (padre), la de Sendic (padre), le hubiera causado vergüenza el comportamiento de sus sucesores. Pero es solo una impresión personal.
La vergüenza de la corrupción —que, desde ya, no es monopolio de estas “izquierdas” y que siempre existió y existirá a un lado y otro del espectro político e ideológico— puede ser mayor o menor según los sistemas institucionales de gestión que se apliquen en cada país.
Felipe González fue, durante 14 años, presidente de España (1982-1996). Dirigentes de su partido (el Partido Socialista Obrero Español, PSOE) e integrantes de sus gobiernos se vieron envueltos en episodios de corrupción. Uno de los más notorios fue el llamado “caso Filesa”, una trama de empresas (Filesa, Malesa y Time-Export) cuyo objetivo fue la financiación ilegal del PSOE para la campaña electoral de 1989. ¿Cómo se hacía? Sencillo: se inflaban contratos públicos y se recibían coimas.
Más de un cuarto de siglo después, con 74 años de edad y ya retirado de la política activa, González —que fue salpicado por las denuncias pero nunca fue imputado personalmente— sabe lo que significa la corrupción para la salud y la credibilidad de los partidos políticos en una democracia. Quizá por eso, en octubre pasado hizo una propuesta práctica para “mejorar la transparencia” pública y “luchar con más eficacia contra prácticas corruptas”.
Hablando durante la XXI Reunión Plenaria del Círculo de Montevideo en la Universidad de Alicante (España), González planteó que los gobiernos (nacionales y locales) introduzcan “un software de ingresos y gastos en el momento en que aprueban el presupuesto”, de modo que la gente pueda informarse online y “día a día” sobre “cómo funcionan los ingresos previstos en el presupuesto y cómo evolucionan y se van ejecutando los gastos”. Eso, dijo González, “se puede hacer tecnológicamente y prácticamente sin ningún costo”.
“Créanme que los problemas que se plantean a veces de corrupción y corruptelas están en la ejecución del gasto, porque se retrasa una obra, porque no se hace una contratación a su tiempo, porque hay un sobrecosto, etcétera. Eso se puede hoy transparentar con absoluta eficiencia”, opinó.
Imaginemos que un software como el que sugiere González hubiera funcionado para Ancap durante los últimos 10 años, o para la desaparecida Pluna, o para el Fondes, o para Alur; o, antes de los gobiernos frentistas, para la Corporación Nacional para el Desarrollo, para el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, para el Banco Hipotecario, para el Banco de Seguros. Si la gente hubiera podido saber, día a día, cómo se gastaba su dinero, ¿los circunstanciales administradores no se hubieran cuidado mucho más a la hora de ejecutar gastos de dudosa legalidad o de difícil justificación ética?
¿Cuánto despilfarro se ahorraría con un instrumento como ese? En el gobierno nacional, en los gobiernos departamentales, en las Alcaldías, en el Poder Legislativo, en el Poder Judicial, en las Juntas Departamentales, en las empresas públicas, en los servicios descentralizados, en los bancos públicos…¿cuánto?
El viernes 11, el periodista argentino Jorge Lanata escribió que “robar desde la izquierda tiene charme. Ahora resulta que hay un complot continental que ‘obligó’ a distintos líderes regionales a volcarse al bolsillo ajeno”. Y mencionó a la chilena Michelle Bachelet, al boliviano Evo Morales, a Lula y Dilma, a Nicolás Maduro y a Cristina Kirchner. “A la hora de gobernar hemos visto que la supuesta izquierda ocupa el poder como la peor de las derechas. La ideología y la moral no conectan necesariamente”, concluyó.
Es verdad que ahora les tocó a los partidos de “izquierda” porque son los que han ejercido el gobierno en los últimos años. Pero una regla como la sugerida por el ex presidente español sería útil para gobiernos de cualquier tendencia. Después de todo, no importa si son izquierdistas, centristas o derechistas cuando están en el poder. En una democracia, su tarea es administrar recursos públicos que pertenecen a los ciudadanos; no a los gobernantes.
Cualquier control respecto a lo que hacen con ese dinero es siempre necesario. Mucho más cuando la corrupción empieza a ser parte del paisaje habitual.