Gabriel García MárquezLectura recomendadasemana del 4 de JULIO al 10 de JULIO

El coronel no tiene quien le escriba

Prólogo
José Manuel Caballero Bonald

Cuando leí El coronel no tiene quien le escriba tuve la sensación de reconocer el pueblo innominado en que se desarrolla la acción de la novela, cuya primera edición en la colombiana revista «Mito» data de 1958. El caso es que, no mucho después de esa lectura, cuando yo vivía en Bogotá, realicé una travesía por el rió Magdalena en un vapor propulsado por ruedas de paletas, desde Barrancabermeja, en la zona selvática de Casabe, hasta la mar caribe de Barranquilla. Las sucintas descripciones del espacio físico en que enmarca García Márquez su novela, coincidían por algún razonable motivo con uno de esos pequeños puertos en que recalaba, fugazmente mi barco. Aunque el narrador no proporcione ninguna pista, llegué a convencerme entonces de que el pueblo en que el coronel esperaba la carta que nunca llegó era Magangué, una especie de balcón fluvial de las sabanas de Bolívar, no lejos ya del Atlántico. Tampoco es que esa localización suponga ningún dato relevante, pero me agrada ese presunto hallazgo del lugar desapacible en que malvivía aquel viejo ex combatiente revolucionario. Las imágenes portuarias, la presencia sensible del río, las callejas una y otra vez recorridas por la triste figura del coronel, ese «laberinto de almacenes y barracas con mercancías de colores en exhibición», remitían sin duda al puerto fluvial de Magangué, por donde yo anduve justo cuando El coronel no tiene quien le escriba se publicaba en libro (Medellín, Aguirre, 1961). Incluso es muy posible que me cruzara con el coronel durante alguno de sus obstinados paseos hasta el muelle para vigilar cada viernes, a lo largo de más de un cuarto de siglo, la llegada de la lancha del correo…

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