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No hay peor ciego que el que no quiere ver

Mentir es “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”; es “inducir a error”; es “fingir o aparentar”; es “falsificar algo”; es “faltar a lo prometido, quebrantar algo”. Quizá la pobre imagen que tenemos de los políticos, especialmente aquellos mamando de la ubre de la vaca flaca que es la patria, se debe a que su discurso está plagado de mentiras.

Mucho blablá y poco gluglú se desanimará alguno con semejante introito, más aún si ayer le dio un billete al “paquito” para librarse de una multa por pasar una luz roja. Pues bien, sostengo que la mentira está ligada a la corrupción. Con ella se logran beneficios personales, o para compinches, transgrediendo normas legales y principios éticos. Está inserta en el ejercicio del poder político, quizá por aquello de que el poder corrompe y la corrupción ataca precisamente aquello con lo que los políticos se llenan la boca de mentiras: la desigualdad social.

Un ejemplo lo brindó el Índice Global de Competitividad (IGC), que mide el uso de recursos de un país y su capacidad de brindar un nivel decente de prosperidad a sus ciudadanos. La fuente, el Foro Económico Mundial, es una fundación suiza que mal podría confundirse con alguna patraña del aborrecido “Imperio”. En base a una encuesta de 15.000 líderes de economías mundiales en 141 países, reveló que de 138 países analizados, de los 10 más corruptos, 5 son iberoamericanos; entre los 15 primeros resaltan 9 de nuestra parte del mundo. Venezuela y Bolivia, en ese orden, puntean como los más corruptos, seguidos por Brasil y Paraguay, luego la República Dominicana, Argentina, Nicaragua y México. El índice del IGC mide el éxito económico en “instituciones, infraestructuras, entorno macroeconómico, salud y educación primaria, educación superior y formación, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, preparación tecnológica, tamaño del mercado, sofisticación en materia de negocios e innovación”.

De inmediato empezó el rasgado de vestiduras. Un diputado oficialista hizo buena letra al rechazar el Informe porque “es el Gobierno que no incurre en tapar o socapar la corrupción y esas acciones se deben medir o analizar”. El mismo Presidente fue más allá y lo descalificó con típica demagogia. Escribió que el “Foro Económico representa a grandes transnacionales, y con informes sobre corrupción quieren eliminar economías estatales que son del pueblo”. Ignoran el adagio “a Dios rogando y con el mazo dando”, ya que no conocen de gobernantes de países que padecen del mal y lo reconocen para erradicarlo.

Para qué encararlo con otra encuesta, digo yo, si es tan ilusa receta como aquella de formar una comisión para encarar algún tema. Bastaría con preguntar, como el IGC, si es corriente el desvío de fondos públicos a personas, empresas o “movimientos sociales”; ¿es común el soborno en la sociedad?; ¿cómo calificas la ética de los políticos? Serían fantasías irónicas si la mentira probara que las instituciones son efectivas y a prueba de talegazos; que la infraestructura del país permite ver la luz al final del túnel antes que éste se derrumbe o el pavimento de carreteras se descascare; el medio macroeconómico es auspicioso y sobra la inversión externa; la salud y educación primaria son súper eficientes atendiendo enfermos y escolares; la educación superior es tallada a nuestras necesidades y los graduados no migran afuera y los universitarios no sobornan para aprobar la tesis; el mercado laboral da trabajos dignos a todos; el mercado financiero cubre con créditos baratos; la tecnología adecuada es desarrollada por bolivianos; el mercado nacional es inmenso y ¡pucha que somos empresarios innovadores sentados en las aceras!

“Mal de muchos, consuelo de tontos” parece ser un adagio que consuela a los gobernantes para difundir la mentira de que Bolivia es una isla inmune a la crisis. La corrupción de nuevos ricos bolivarianos y la estatal petrolera PDVSA en Venezuela; la operación Lava Jato en Brasil que salpica a toda su clase política, cuyos reverberos están pendientes de pringar a los corruptos bolivianos; las sindicaciones de lavado de fortunas de la ex presidenta Cristina Kirchner en Argentina; los sobornos en Guatemala. Todos parecían ocurrir fuera de un pueblo sin memoria como el nuestro. Hasta que sobrevino el escándalo del Fondioc, que prueba que la podredumbre también infecta a los “originarios”, porque todos los humanos tenemos adentro el diablo de la ambición. Somos la misma mierda.

Diez millones de dólares robados por “originarios” a “originarios”, es una nada comparado con los miles de millones en juego en las corruptelas vecinas, pero viene en seguidilla de hechos dolosos del actual Gobierno. Lo importante es la vinculación –léase tráfico de influencias- que pringa a los cercanos a los poderosos. Cabe preguntarse por qué la Achacollo “no denunció” oportunamente las tropelías con dineros para los indígenas. La acusada retrucó que informó a Evo Morales apenas fue Ministra, una gravísima acusación. Inclusive el Presidente confesó saber de los desvíos y no hizo nada.

¿Quiere decir que en el Estado Plurinacional campea la mentira que socapa la corrupción?

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