Guillermo Mariaca Iturri
El presidente Morales insiste, reitera, recalca, machaca. Confía, como el ministro nazi de Hitler, Joseph Goebbels, en que “cuando mientas, miente en grande y sobre todo persevera en la mentira”.
Hoy, en Bolivia, el mundo indígena está en peligro de extinción. Los pocos indios que resisten, los que viven en comunidad, con autogobierno, padecen la marginalidad extrema de un gobierno que los desprecia. Un gobierno que autoriza la depredación de sus bosques, la desertificación de sus tierras, la folklorización de sus culturas, la cancelación de sus ritos y de sus mitos. Un gobierno que mercenariza a sus dirigentes.
Los indios no gobiernan en Bolivia. Los pocos indios que alguna vez fueron indios y que ahora ocupan cargos operativos, han dejado de ser indios. Son los imitadores del colonizador, aquellos que de tanto ponerse esa máscara de capataces se han convertido en los nuevos colonizadores. Los otros, los varios campesinos que alguna vez fueron campesinos, pero que nunca fueron indios y que ahora ocupan cargos de decisión, los que se hacen llamar dirigentes sindicales de las organizaciones sociales prebendales, ellos también son los nuevos colonizadores.
Finalmente, los muchos “indios urbanos” que forman parte de la masa neorracista que sustenta a los grupos de choque, a los operadores de la corrupción, a los militantes de la plebe partidaria, ellos, obviamente, no son indios. Claro que no, los indios no gobiernan en Bolivia.
Gobiernan los que usurpan su nombre y su tradición. Gobiernan los que se ponen esa máscara para usufructuar de una historia de opresión y de una leyenda de resistencia. Gobiernan los nuevos colonizadores.
¿Gobernaron alguna vez los gringos en nuestra historia contemporánea, en aquella que comienza en la revolución moderna del 52? Sí pero no. Inclusive durante los gobiernos más serviles a los intereses estadounidenses durante los largos años de la Guerra Fría, aquellos gobiernos de las dictaduras militares, hubo gestos de independencia formal, momentos discursivos de distanciamiento.
Aún si en lo sustantivo de las políticas públicas y, sobre todo, en la política internacional, siempre marcharon bajo sus designios. Los otros gobiernos, los democráticos, en cambio, nadaron entre dos aguas. Mantuvieron la dependencia económica, marcada por el extractivismo y el sometimiento cultural bajo los valores del fetichismo del consumo gringo, pero se esforzaron por resguardar lo poco de autonomía política que todas las corrientes de la construcción nacional exigían.
Afirmar que nos gobernaron los gringos no sólo es un alarde de ignorancia, es, sobre todo, una coartada para caricaturizar 60 años de historia y encubrir, de esta manera, la vocación colonial de un gobierno que nunca fue indígena, y que nunca podría defender ni reinventar un mundo indígena.
Sin embargo, y poniendo a un lado la manipulación discursiva del Presidente y su corte, ignorando su vocación de tiranos, sabiendo que en su desesperación por conservar algún minúsculo grado de legitimidad acuden a la falacia, ¿por qué utilizan las palabras: un gobierno de indios? ¿Es sólo un subterfugio? Quizá en lo fundamental así sea. Quieren mantener la pose.
Pero, al mismo tiempo, esa falacia contiene una de las causas sustantivas que moviliza el inconsciente boliviano. La condición colonial, esa historia de opresión sustentada en la hegemonía “blanca” y la subordinación “india”, sigue constituyendo un rasgo sustantivo de nuestro imaginario político.
Por eso repetirán hasta agotar la última gota de credibilidad que son un gobierno de indios. Aunque no lo hayan sido. Aunque no puedan serlo. Quieren pasar a la historia con esa piel india. Para esconder su máscara gringa. Porque este es el gobierno más gringo, el gobierno más profundamente colonial de toda nuestra historia.
Fuente: paginasiete.bo