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Para entender nuestras «encuestitis»

José Rafael Vilar

La columna anterior (si alguien tuvo la gentileza de leerla y, aun más, de recordarla) hablé de cimentar conocimientos para entender sondeos y encuestas. Lo haré pero no sobre “qué anuncian” —en tiempo electoral huelga decir que presuntos “ganadores” y “perdedores”— sino sobre “qué son”.

Me basaré primero en lo descriptivo que he publicado (autopropagandadixit) —en muchos artículos y en cinco libros míos: Manual para campañas electorales (2002), Encuestas, medios y elecciones (2003), De encuestas y elecciones en Bolivia 2009 (2010), Manual para ganar elecciones (2013) y, en puerta de salir, Cómo ganar elecciones— para a molto grosso modo recordar características principales de sondeo y encuesta.

El sondeo de opinión —uno de los más empleados instrumentos de investigación de mercado—, usualmente se utiliza para recoger información sobre algún aspecto específico de interés para los estrategas de la Campaña Electoral —por eso es directa y escueta, con una o no más de dos o tres preguntas y evitando siempre las respuestas abiertas—, ya sea opinión o percepción; es muy útil para complementar periódicamente aspectos puntuales de la información obtenida en encuestas. Para un sondeo de opinión, es requisito eludible que la muestra de sujetos de investigación sea estadísticamente confiable —aunque sería recomendable— pero deberá ser lo más promedio posible de la composición del electorado.

Por su parte, la encuesta probabilística permite recoger información mensurable del electorado en muestras estadísticamente confiables y lo más promedio posible de ese universo objeto de estudio —electores— sobre el cual se va a actuar (si bien no es imprescindible, es recomendable que las muestras de sucesivas encuestas sean idénticas, o al menos, similares, para lograr una evolución histórica del comportamiento del electorado).

Hay tres variables fundamentales a considerar (aunque hay más): Margen de error (intervalo en el que se espera encontrar el dato que se quiere medir), nivel de confianza (certeza de que realmente el dato que buscamos esté dentro del margen de error) y tamaño de la muestra(depende de los anteriores). Sin entrar en complejidades, una muestra más grande con un nivel de confianza aceptable (95 a 99%) da un error menor y viceversa; es fundamental recordar que una encuesta es una fotografía de un momento determinado, no más.

Para ejemplificar: en la encuesta de Mercados y Muestras publicada días atrás por Página Siete, la muestra fue de 800 encuestados con nivel de confianza 95% y error calculado de 3,47%, aplicada en las nueve capitales (más El Alto) y en 31 “intermedias” —utilizaré el criterio poblacional (INE) y no el desarrollista (CEPAD)— de las 51 que dio el Censo 2012.

En ella, el expresidente De Mesa Gisbert obtuvo 32% de intenciones de voto y el hoy presidente Morales Ayma 31%; el tercer lugar eran indecisos (21%) y el cuarto para Ortiz Antelo: 8% (los 5 candidatos restantes eran números residuales: 8% entre todos). Redondeado el error aceptado, De Mesa obtuvo entre 35,5% y 28,5% de adhesiones; Morales 34,5-27,5% y Ortíz 11,5-4,5%. No obstante, importan mucho los indecisos: 24,5 a 17,5%, un desequilibrio para cualquier pronóstico.

¿Es extrapolable a cada uno de los 41 sitios? No, si queremos mantener el error: si en La Paz se aplicaron 50 encuestas, el error sería ¡13,86%! Recuerdo el gafe de un medio nacional que en 2002, desglosando una encuesta, publicó “uno de cada tres universitarios votarían por [el candidato] Blattmann”; en el medio no entendieron que la muestra no eran los casi 300 mil estudiantes censados ese año sino… sólo 3.

¡Bienvenida la encuestitis!

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