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La «neocorrección», «fake news» y demagogia

Ya George Orwell había advertido acerca de este fenómeno en su distópica novela ‘1984’.

José Rafael Vilar

“Dentro del apartamento, una voz pastosa estaba leyendo una lista de cifras (…). La voz procedía de una placa oblonga de metal parecida a un espejo empañado que formaba parte de la superficie de la pared de la derecha (…). El instrumento (la ‘telepantalla’, lo llamaban) podía atenuarse, pero no había manera de apagarlo del todo.” (George Orwell, 1984).

Hablamos ya un buen tiempo de las fake news (noticias falsas), y achacamos su propagación a las redes sociales. Cuando a fines del siglo XX, “respirados” luego de la alharaca que tuvimos por el “error del milenio”, decidimos entender las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como la gran puerta al futuro y el desarrollo; y una vez más repetimos los laudatorios y olvidamos (una vez más también) quiénes manejarían hasta manipular esa información: no los marcianos, si no, nosotros.

Una década después, hasta instituimos la palabra de marras y nos asombramos de ella como si su uso en las campañas de Hillary Clinton y Donald Trump (y las primarias anteriores) hubieran sido un aterrizaje desde otra dimensión, cuando en realidad era algo con lo que hemos convivido desde los inicios de la humanidad, ahora centuplicado por el acceso a la comunicación. Si Hitler y Stalin (y Perón y Mussolini y tantos otros más de su laya) manipularon la radio y el cine, ¿acaso no lo harían también hoy, pero en mayor medida a través de la TV y, sobre todo, las redes sociales?

Ya George Orwell había advertido acerca de este fenómeno en su distópica 1984. Luchador contra el colonialismo y el capitalismo salvaje, contra el estalinismo y el nazismo, su ¿novela? denunció cómo las utopías del mundo podían ser mal empleadas por totalitarismos (desembozados o “maquillados”), demagógicos y siempre populistas, para el control de todo y todos, bajo el discurso del “bien común”.

¿Son malas las TIC? ¡Para nada! Nosotros, utilizándolas mal o dejando a otros mal usarlas, somos los culpables. No discriminamos lo que recibimos (ya sea “noticia” o “producto”), y terminamos siendo consumidores de cualquier cosa, “porque lo dijeron en las redes” (o en los medios, lo mismo, casi, porque muchos se nutren ahora de las redes para ganar inmediatez frente a la competencia; además de que, por economía, se investiga menos). ¿Mucha información?, sí, pero escasa educación.

Latinoamérica ha conocido muchos demagogos, populistas, totalitaristas que, mesiánicos y con cantos de prosperidad e igualdad, han terminado empobreciendo a sus países, dejándolos peor que a su llegada. El peronismo (desde Juan Domingo Perón y Eva hasta los Kirchner) y el socialismo del siglo XXI (con Hugo Chávez y similares), propugnando justicia social (y lo han intentado), terminando en desastres económicos populistas, totalitarismos, demagogos y corruptos, dejando a la postre pobreza y más miseria.

El peronismo tomó Argentina en los años 40 (entonces una de las economías más ricas del mundo, pero muy desigual); aplicó medidas de justicia social, pero terminó enriqueciendo al poder y dejando ciclos de crisis que no acaban. A su vez, el socialismo del siglo XXI disfrutó el boom de los commodities (hablo de Venezuela, pero también del resto de los países miembros del ALBA) y terminó dejando una plutocracia dictatorial en medio de una miseria generalizada y con la mitad del PIB venezolano de hace cinco años.

Y cuando faltan mensajes son buenas las distracciones demagógicas. Como la de Andrés Manuel López Obrador: de origen criollo, con apellidos castellano y balear, reclamando “disculpas” a España por las crueldades de la conquista, olvidando cuán crueles fueron los vencidos y que su derrota fue posible porque miles de totonacas y tlaxcaltecas, entre otros pueblos, lucharon contra los mexica. ¡Empobrecedor, querido México, es ese camino!

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