FUEGO EN LOS TERRITORIOS DE LA FÉ
Manfredo Kempff Suárez
Justamente en Chiquitos, en los antiguos territorios de la fe, donde deberían caer todas las bendiciones, se ha desatado un infierno. El fuego, que para los cristianos siempre representó un castigo bíblico, se ha hecho dueño, injustamente, de amplias zonas, provocando desazón, miedo, además de pérdidas ecológicas y materiales tal vez irrecuperables.
Ninguna de las misiones benditas que fundaron los padres de la Compañía de Jesús, surgidas hace más de dos siglos y medio, hoy convertidas en centros poblados, ha sido alcanzada por las brasas, ni hay peligro de que suceda, aparentemente. Las hermosas iglesias levantadas allá por 1700, por los religiosos y por los indígenas del lugar convertidos al catolicismo, están a salvo.
Restaurar esos monumentos a la fe deteriorados por el paso del tiempo, gracias a cruceños notables a quienes no terminaremos nunca de agradecerles y a la ayuda de naciones del otro lado del mar, costó muchísimo, pero todo se justificó porque ahora las antaño lejanas “reducciones” jesuíticas, se han convertido en centros de cultura, donde principalmente la música sacra mueve a miles de personas que se trasladan a las comarcas de tierra colorada, para disfrutar de coros y orquestas, insospechados hasta hace algún tiempo.
Ver ahora cómo la naturaleza y la torpeza del hombre han provocado que arda el bosque chiquitano, conduce a la mayor angustia. Transcurren días y más días y el fuego persiste en quedarse, logra reducir a cenizas todo lo que está a su paso, pero no solamente los montes, no solo la arboleda ni los pastos, sino que termina con la fauna, mamíferos y aves que, en la desesperación, sin orientación ante un fenómeno desconocido, abandonan sus refugios, sus nidos, tratando de huir hacia la libertad y caen en la boca del infierno.
Los municipios afectados de Chiquitos y la Gobernación de Santa Cruz han hecho todos los esfuerzos posibles para aliviar los sufrimientos de la gente que ha resistido a las llamas, y de salvar los bosques que se consumen, porque cada rama, cada hoja quemada, puede significar una vida en el planeta. No obstante ese esfuerzo, ni la tardía colaboración del gobierno, han podido detener el fuego, hasta hoy jueves, cuando escribo estas líneas.
La falta de lluvias ha empeorado la situación, el calor también por supuesto. Hay incendios en todas partes del mundo cuando el estío está en su auge y por lo general existen equipos de alerta y de control. Ahora arde Brasil y parece que también Paraguay, entonces el azote es grande. Lo que en Chiquitos se suma a la furia de la naturaleza está en las quemas provocadas por la ignorancia, que se producen por asentamientos de personas que han recibido tierras en distintas comarcas de la Chiquitania y que, al desconocer una agricultura distinta a la suya, no han podido controlar el fuego que irrumpe sorpresivamente más allá de los desmontes previstos.
Las autoridades nacionales, además de la presencia de S.E. en Roboré o de sus sobrevuelos en helicóptero, mirando las quemazones pero sin ahogarse con el humo, debieron, fuera de engreimientos absurdos de un Estado Plurinacional presuntamente poderoso, declarar desastre nacional y solicitar la cooperación de países amigos, como lo han hecho Chile, Portugal, Suecia, y lo hace hasta Rusia y otras naciones mucho más ricas que la nuestra. Decir que el Estado estaba en condiciones de controlar los incendios fue una incomprensible bellaquería. Altanería costosa, por el tiempo que se perdió, traducido en miles de hectáreas calcinadas, y por el costo que tendrá aplacar el fuego sin una colaboración externa que está a la espera de un llamado del Palacio que incomprensiblemente no llega.
Esperemos que, aun pagando el carísimo Supertanker, el fuego haya sido controlado cuando se lean estas líneas, y se haya restablecido el sosiego en la población, porque queremos a Chiquitos libre de calamidades, en vista de que allí está parte de nuestra Historia y el futuro de Santa Cruz.