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Entre mentiras y agravios

Marcelo Ostria Trigo

No sorprende que en las campañas electorales abunden las acusaciones, los desmentidos y hasta los agravios y las calumnias. A eso se agregan las falsas promesas, que quien las hace sabe que no podrá cumplirlas. Esto, es de esperar, especialmente en países muy polarizados políticamente. Pero hay algo más grave: Quienes gobiernan y se empeñan en seguir en el poder indefinidamente, creen que tiene licencia para inventar logros y, lo que es más reprobable, mentir con la convicción, real o ficticia, de que les es permitido deformar hechos e inventar sucesos.

Esto acaba de suceder en Bolivia: Se pretende que se acepte la versión de que las quemas en la Chiquitania fueron, luego de una imaginaria acción oportuna del gobierno, controladas, mientras la verdad es que todos los días aparecen nuevos focos de fuego y hay graves acusaciones de demoras culpables y desidia para enfrentar esta gran tragedia. Esto sin contar en que se extiende la convicción de que fue el resultado de una acción deliberada.

Pero hay más: según informó un canal de televisión, el Jefe del Estado, en franca campaña electoral reeleccionista, afirmó en un acto en Tiahuanaco, que en el Oriente del país, sus habitantes, por flojos “hambrean”, mientras que en el Altiplano, pese al clima adverso, se trabaja todo el año. Realmente un agravio y una interpretación torcida de la capacidad y actitud de los pueblos de los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando que merecen el mayor apoyo en esta emergencia que no es atendida adecuadamente.

Si bien hay consenso en que el buen político debería ser razonable, respetuoso, cumplidor de la ley y, sobre todo, sensato que cuida la paz entre los ciudadanos, en realidad estamos frente a una agresividad sin sentido ni justificación alguna. Es más: no es aceptable que se asignen defectos de un sector de ciudadanos –imaginarios por cierto– en la búsqueda de votos procurando halagar a otros. Esta no es la conducta que se espera de quien pretende ser el conductor de toda la Nación del que se espera honestidad, no solo cuidando los bienes de la Nación, sino también ostentando la verdad que enaltece y que da confianza al ciudadano.

Lamentablemente, no ha sido general la buena conducta de los políticos, en especial cuando están al mando de la Nación. En general –hay excepciones– estos no muestran la altura que se requiere para desempeñar una importante función pública. Abundan las denuncias de corrupción, muy pocas veces aclaradas. Y no es con la deformación de la verdad que se puede ocultar la ineptitud y la ausencia de honradez.

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