Tetrix a la boliviana
José Rafael Vilar
¿Recuerdan el Tetrix? Tonta pregunta hago para los más de 40 (y aun menos) porque desde 1984 que lo diseñó Alekséi Pázhitnov en todo el mundo se ha jugado en consolas, PC y teléfonos en 2 y 3 dimensiones. Encajando adecuadamente los tetrominós —las formas geométricas de cuatro cuadrados iguales que conformaban el juego—, muchos se acercaron por primera vez a una forma divertida de ver la geometría que, como el dominó con sus puntos, daba un mosaico armónico: un poliominó. ¡Pero cuán estresante es este Tetrix para quienes, inhábiles, no logran encajar correctamente los tetrominós!
El 9 de noviembre pasado asumió el gobierno de Bolivia don Luis Arce Catacora con su equipo, elegido incuestionablemente con 55,11% y con dos mandatos inequívocos de sus electores: trabajo y paz —en orden intercambiable porque ambos tenían, y tienen, la misma importancia—, mandatos que necesariamente pasaban por solucionar, de una vez y definitivo, los últimos resquicios de una pandemia cuya primera ola ya finalizaba. Pero como refranea el Oddun Oshe Obara en el yoruba caribeño: “Una cosa piensa el borracho, y otra el bodeguero”…
Tras su aureola de candidato-mago —indulgencia ajena de “ministro milagrero”— y candidato-conciliador, acordes con los mandatos populares, el nuevo presidente llegaba con otros dos mandatos “de arriba”, ineludibles y diferentes a los de los electores: a tambores batientes posicionar el Relato del “golpe de Estado” —como vía para “sanificar” el desbande y apologizar el regreso— y castigar ejemplarmente la transición. Pero 2021 no era 2009 y, parafraseando a Talleyrand-Perigord, “(las porras, los garrotes y las rejas) sirven para muchas cosas menos para (a)sentarse sobre ellas”.
El desplante creciente dentro del mismo MAS-IPSP al verticalismo de Morales Ayma —expresión del quiebre interno que empezó en 2019—, el cada vez mayor resquebrajamiento del Relato —reducido a “creyentes y fieles”, aunque en muchos «de dientes para afuera”—, la esperada y no llegada aún política de recuperación económica —con fulgores aislados y, al inicio, discursos exitistas ya olvidados—, la pacificación devenida en represión —a fin de cuentas, Del Castillo del Carpio, Chávez Serrano y Lima Magne fueron designados con la misión de cumplirla a profundidad, Del Castillo con más constancia que las incertidumbres de Lima o los pocos “éxitos” de Chávez— y la pandemia que, en vez de acabar, pasó a una segunda ola y se sobrepasó, hoy, en una más dañina tercera.
Lo que he sostenido fue en diciembre una estrategia adecuada para prevenir estragos de la pandemia —más allá de las críticas a la de “detención y aplane” de la primera ola bajo las paupérrimas condiciones heredadas en la sanidad pública—: “detectar” —muchísimas pruebas— y “prevenir” —vacunación masiva—, fue quedando progresivamente traumada por decisiones y discursos ideologizados, con pruebas en niveles muy fluctuantes y vacunas en incierto arribo (me solidarizo desde hace tiempo con Benjamín Blanco Ferri, quien ha tenido que dar las noticias de los reiterados incumplimientos de sus, también, anuncios de arribos), todo juntado con una comunicación irregular —exitismos falsamente obvios— y con un presidente cual agente aduanero que —sin pintar pero asaz naïf—me recuerda a Henri Rousseau.
Aunque algunas decisiones gubernamentales, como el “sana sana” con el “maldito imperialismo del Norte”, hacen pensar en urgencias pragmáticas —el feraz refranero iberoamericano nos lo pontifica en “la necesidad tiene cara de hereje”—, faltan muchas aún. Urge un entendimiento conciliado entre el masismo oficial, el masismo disidente y las dispersas oposiciones, porque si Biden y Putin se reunieron y entendieron, ¿por qué entre bolivianos no?
Renovemos nuestra política y sus liderazgos para que los tetrominós encajen.