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Educar y formar en derechos humanos

Hernán Cabrera M.

Cada fin de año el Estado Plurinacional de Bolivia termina con números rojos y vergonzosos en materia de vulneración de los derechos humanos: Altos índices de violencia contra la mujer, feminicidios que se incrementan, alarmantes casos de violación a niñas y adolescentes, crisis profunda del sistema judicial, cárceles hacinadas de personas que cometen delitos, cientos de desapariciones de personas, corrupción y corruptos impunes y el rosario de hechos de forma ascendente.

Bolivia es uno de los países que tiene una fuerte estructura institucional y legal en materia de derechos humanos. La Constitución Política que acaba de cumplir 14 años de vigencia tiene más de 120 artículos de derechos humanos y un montón de leyes, además de instituciones privadas, sociales y públicas que tienen la obligación de difundir, promover, defender, garantizar y hacer cumplir ese vasto abanico de los derechos humanos.

Pero no se trata solo de leyes, de mandar a las cárceles a los que violan los derechos humanos, ni esperar sentados que las instituciones del Estado hagan todo, como evitar un asesinato de una mujer, desaparición de una niña, maltrato a un estudiante, o llenar las cárceles de delincuentes, etc. Se trata de algo más profundo que nos compromete a la sociedad y el Estado, porque de lo que estamos hablando es de una profunda revolución que nos debe acompañar: la educación para profundizar una cultura de respeto de los derechos humanos.

Sí, se trata de educar y formar estudiantes con claras convicciones y responsabilidades frente a su familia, su ciudad, sus entornos sociales y con su país. Eurípides decía: “Y esto es la esclavitud: no poder decir lo que piensas”.

El proceso educativo no solo debe asumirse como un compromiso de enseñar las ciencias exactas, sociales, históricas, religión, sino que es un proceso de construcción, de desafíos y contradicciones que se le plantea al niño, adolescente y joven que asiste cada día a su colegio. De ahí que le lanzamos una serie de dudas para las autoridades educativas, profesores y directores del sistema educativo fiscal y privado.

¿La escuela y la universidad enseñan para afrontar los problemas cotidianos? ¿El profesor les preparó para superar un golpe duro de la vida, como la violación a la hermana, el despido del papá, un hecho discriminatorio? ¿Te sientes plenamente satisfecho cuando te sacas una buena nota, que signifique repetir un texto o copias las respuestas del texto oficial, que lograste hacer pasar de contrabando? ¿Las ciencias duras como las matemáticas, física, estadísticas te ayudarán a resolver los problemas de escasez de dinero o de alimentos que tengas? ¿La escuela y la universidad te comprenden, te apoyan, te empujan a triunfar o te forman para que seas uno más del sistema? ¿Tus profesores te enseñan a reír, a ser feliz, a ser ciudadano libre o te entuban para que seas un niño, joven educado, y que no haga renegar a sus padres? ¿Los textos escolares te abren la creatividad, el apetito de volar y de crear, y de ser revolucionario, o te encasillan a un prototipo de hombre y mujer acorde a la sociedad frívola, superficial, consumista e hipócrita?

Muchas preguntas, pocas certezas, mucho más ahora cuando estamos enfrascados en la nueva malla curricular que plantea ciertos aspectos innovadores, pero a la vez, doctrinarios como el manipular la historia reciente de Bolivia.

En esta dinámica, la prioridad debe ser formar y educar a los estudiantes que tengan como marco de protección y de empoderamiento los derechos humanos, pilares fundamentales para cambiar a la sociedad en varios niveles, proceso en que la familia es el factor decisivo e influyente.

Es hora de hacer realidad tantos estudios académicos, libros, recomendaciones internacionales, mandatos legales y textos educativos que han profundizado hasta el fondo del océano de los objetivos y del nivel transformador que tiene la educación para toda sociedad y Nación.

Sin ir muy lejos la Ley N° 070. Ley de la Educación “Avelino Siñani – Elizardo Pérez” dice que impulsa una educación descolonizadora, liberadora, revolucionaria, anti-imperialista, despatriarcalizadora y transformadora de las estructuras económicas y sociales… Pues, manos a la obra.

La escuela debe ser un medio, no un fin, para afrontar la vida y los problemas del diario vivir. Darles herramientas al niño, adolescente y joven para mirar el mundo de otra manera, no de memoria, ni con prejuicios ni con miedo. La escuela y la universidad tienen ese poder para convertir a su estudiante en un ser humano dotado de capacidades, de sensibilidades, de sentimientos, de aptitudes, de voluntades, de esfuerzos, de creatividades y de responsabilidades. Forjar y formar un ciudadano de la democracia, responsabilidades y convicciones por los derechos humanos. Si no lo hace, es que ese sistema educativo no sirve para nada y hay que reinventarlo y relanzarlo, que responda a los enormes y profundos cambios en las sociedades y a Estados.

Bertrand Russell, filósofo británico, nos lanzó esta advertencia: “Los hombres nacen ignorantes, no estúpidos. Se hacen estúpidos por la educación”.

La escuela
debe ser un medio, no un fin, para afrontar la vida y los problemas del diario vivir.
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