Loor eterno al bravo guerrero
Por: Álvaro Riveros Tejada
Ante la infausta, como dolorosa noticia de la muerte de nuestro general y amigo, Gary Prado Salmón, lamentamos su partida silente y llena de simbolismo, a través de la cual, quizás quiso ahorrarnos la tristeza y el llanto de la despedida. Esa congoja que lacera el alma de quienes lo quisimos y admiramos con fervor profundo, sólo puede mitigarse con la constancia de su recuerdo; con la bravura de sus hazañas y el interminable recuento de su diáfana vida militar.
Fue un 8 de octubre de 1967 cuando, por esos insondables designios de la providencia, el azar del destino le tenía preparado al joven capitán un episodio con el que todo militar de honor sueña y jura, como el de defender a su Patria de cualquier conjura o atropello, como aquella protagonizada por una horda de criminales de orientación comunista, comandada por el cubano – argentino “Ernesto Che Guevara” que, al grito de «patria o muerte venceremos», hollaron su suelo, y después de asesinar a mansalva a más de medio centenar de soldados, concluyeron su vil aventura en la quebrada del Yuro, clamando por su vida.
El entonces capitán, Gary Prado Salmón, comandaba la compañía que los enfrentó y los derrotó. La caballerosidad, la dignidad y el honor demostrados en dicho intrépido trance, por el entonces capitán Prado, fue un gesto que marcó su existencia hasta el final de sus días. Guevara estaba vivo pero herido, no se descarta el ánimo de venganza de los oficiales y soldados de la compañía que comandaba Prado Salmón, por el asesinato de sus camaradas empero, la nobleza del comandante hizo que lo traslade a La Higuera y, como atañía a su rango militar y a la subordinación a sus superiores, lo entregó vivo a los responsables de la División que tenía bajo su conducción las operaciones en la zona. Por orden del Presidente Barrientos, impartida al comandante de las fuerzas armadas, general Alfredo Ovando Candia, y al jefe de Estado Mayor General, Gral. Juan José Torres Gonzáles, el Che fue ejecutado al día siguiente por un suboficial.
Ahora bien, concluida esa epopeya que salvó a Bolivia de la invasión de un grupo faccioso integrado por extranjeros, con el artero propósito de derrotar al gobierno y substituirlo por una tiranía comunista similar a la cubana, nuestras FF.AA. cumplieron exitosamente su deber. Lo inexplicable, para cualquier discernimiento normal y moral es que, a más de medio siglo de ese épico hecho, existan todavía sentimientos antipatrióticos de compatriotas que no se resignan al fracaso y se dan a la tarea de erigir monumentos al invasor, como aquel que le levantaron en El Alto de La Paz, y evocar su memoria demostrando aún su sojuzgamiento a los villanos y negando la bravura de nuestros oficiales. Los chilenos estarán de plácemes, pues sólo falta que erijamos un monumento a José Francisco Vergara, comandante de su ejército en la invasión de 1879.
Es más, llegar al extremo de ordenar la prohibición de una guardia de honor para velar los restos mortuorios del Gral. Prado Salmón, demuestra la mezquindad y falta de valor moral, lacras que jamás poseyó el ilustre general, por quien hoy, nos sumamos a un modesto, pero sincero homenaje, invocando aquella frase que reza en el himno de nuestra antigua Patria Boliviana: “Loor Eterno al Bravo Guerrero”.