Un día como hoy, 21 de julio de 1920, nació Rafael Gambra Ciudad, gran filósofo católico español. Por este motivo, a continuación, reproducimos un artículo que rememora su vida y obra.
Fuente: Fundación Speiro
Rafael Gambra Ciudad, aunque de familia hidalga oriunda de Navarra, del Valle de Roncal, nació en Madrid en 1920. Combatiente en la guerra de España, en el Tercio de Requetés de Abárzuza, la paz le llevó tempranamente, en 1943, a la cátedra de Filosofía, que con todo decoro ejerció durante cincuenta años. Discípulo de García Morente, Zaragüeta, Mindán y Minguijón, de su límpida vocación docente nacieron sus libros Historia sencilla de la filosofía (1961) y Curso elemental de filosofía (1962), reimpresos en decenas de ocasiones. De escuela básicamente tomista, se vio influido, en cambio, por Bergson y la reacción antirracionalista dominante en los años cuarenta y cincuenta, de la que fue intérprete tan sagaz como precoz, recibiendo luego el influjo de un cierto existencialismo francés (Camus, Saint-Exupéry), que “releyó” agudamente en clave cristiana. Eso que llaman Estado (1958) agavilla buena parte de esos ensayos.
Cultor también de un tradicionalismo integral y esencial al tiempo, la comunidad de los hombres, con su anclaje divino, ocupó el corazón teórico de su quehacer intelectual y apostólico, que en la práctica se volcó en el legitimismo carlista. Así, inquebrantable hasta el final, pese a la defección de Carlos Hugo de Borbón Parma, trasladó sus lealtades a su hermano, el príncipe Don Sixto Enrique, del que, al morir, era Secretario Político. Su libro La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional (1955), constituye, en ese orden, junto con los ensayos coetáneos de Elías de Tejada, una de las principales aportaciones al pensamiento político tradicional del siglo XX. Al igual que su Tradición o mimetismo (1976) es una crítica, sutil y demoledora al tiempo, del franquismo desde el ángulo del tradicionalismo.
El cambio eclesial siguiente al II Concilio Vaticano le sumió en gran abatimiento, que aumentó su melancolía e indolencia naturales, centrando de resultas en buena parte su combate en la denuncia de la adaptación al mundo de la nueva Iglesia. La unidad religiosa y el derrotismo católico (1965) y El silencio de Dios (1968), este último editado por Prensa Española, responden a ese filón, que le llevó a simpatizar, aunque no sin discernimiento, con las posiciones del arzobispo Marcel Lefebvre.
Colaborador de muchos y variados proyectos académicos, en los cuarenta y primeros de los cincuenta, su pluma fue frecuente en Arbor, Ateneo o la Biblioteca del Pensamiento Actual de Florentino Pérez Embid. Luego, a partir de los sesenta, Verbo fue su principal hogar, junto con los Vallet de Goytisolo, Vegas Latapie, Canals, Elías de Tejada o Álvaro d´Ors. Pero también toda suerte de pequeños boletines, a menudo panfletarios, se beneficiaron de sus contribuciones, de tono frecuentemente irónico y punzante y ejemplares en su brevedad.
Con la muerte de Gambra desaparece un poco más un mundo que ya casi no existe. Descanse en paz el hombre inconsútil, penetrante y leal, que ha de ocupar un puesto destacado entre lo que metafóricamente se ha llamado “la vegetación del páramo”.
N. de la R. Al cumplirse los cinco años de la muerte de Rafael Gambra, junto con el estudio preliminar que publicó para la edición bilingüe de la polémica Filmer-Locke sobre la obediencia política, reproducimos el obituario que publicó nuestro secretario de redacción en el diario ABC el día 15 de enero de 2004 y damos a la luz un artículo de nuestro colaborador el profesor Julio Alvear, de la Universidad del Desarrollo de Santiago de Chile, glosa del libro de Gambra La unidad religiosa y el derrotismo católico.