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Obras eclesiales del obispo José Belisario Santistevan

La capacidad organizativa del obispo Santistevan cuando todavía era sacerdote y coadjutor

Transcribimos a continuación el capítulo V del libro Monseñor José Belisario Santistevan Seoane, escrito por Plácido Molina Mostajo y continuado por Plácido Molina Barbery y publicado en 1989 por la editorial El País. Aquí se relatan datos clave sobre las capacidades organizativas del ilustre obispo. Este fragmento corresponde a las páginas 36-47.

CAPITULO V: EL ORGANIZADOR

Para hablar de Santistevan organizador, parece conveniente tener una somera idea de esas condiciones de vida imperantes en la tierra natal que habían de encuadrar, facilitar u obstaculizar su actividad.

Campo de acción

Retomando el hilo del capítulo anterior, encontrámosle reintegrándose, en octubre de 1878, por la vía de Yacuiba y Cordillera, prácticamente después de 17 años de ausencia sólo interrumpida por los pocos meses preparatorios de su peregrinación.

No hace falta mucha imaginación para pensar que el ilustre viajero, durante las monótonas jornadas, venciendo a lomo de bestia agotadoras distancias, a través de resecas comarcas cuyas poblaciones eran, en su mayoría, misiones franciscanas-, aplicaría su mente a la meditación de las condiciones en que había de realizar su misión evangélica, arcana según los designios del Señor. En línea de lógica, cabe suponer que su pensamiento llevaríale a rememorar el pasado, examinar el presente y prever, iluminado por la fe humildemente confiada, el porvenir.

En cuanto a antecedentes eclesiásticos, la diócesis o sea el Oriente de Bolivia, había sufrido un período de «sede vacante» desde 1860 a 1870, con dos cismas capitulares – uno de cinco años-, señales sintomáticas de indisciplina, ambiciones y animosidades personales, y de otras secuelas de una sentida baja del espíritu sacerdotal.

Sucedió después, talvez más deplorable, el gobierno episcopal de Mons. Francisco Javier Rodríguez, 1870-1877, de escandalosos caracteres al parecer motivados por insania mental. Desde entonces la sede permanecería acéfala, por más de diez años, circunstancia nada favorable a la acción de la Iglesia y a la conducta de sus ministros.

Por otro lado, extinguido el seminario desde 1832, bien se comprende que el clero no hubiese podido incrementarse, aunque algunos “aspirantes pudieran, como en el caso de Santistevan, acudir al de Sucre. De tal suerte si un tiempo fue suficiente para cubrir parroquias y aun misiones, había descendido en calidad y número, mientras la grey necesitaba, cada vez más, pastores idóneos.

Por lo que hace a población civil, Santa Cruz de la Sierra había venido manteniendo la de 10 a 12 mil almas durante varias décadas, y no porque el balance entre natalidad y mortalidad fuese negativo sino por efecto de la emigración. Primero paulatina, después rápida y caudalosa, y siempre constante y simultánea, hacia el Norte, o sea Mojos y el Madera; al Este, Chiquitos y el río Paraguay; al Sur, Cordillera hasta el Chaco y más allá.

Dijérase que la consigna del Fundador, poblar y desencantar la tierra, había asumido nueva vigencia en la segunda mitad del siglo XIX, y con vigor creciente, desde los años 70.

Sin plan propio, y menos gubernamental, por simple iniciativa anónima, nuestra gente se incorporaba a la corriente de quienes soñaban con nuevos ámbitos de acción, para «rodar tierras” o «buscarse la vida” según las gráficas expresiones populares de los requerimientos de la imaginación aventurera o de la prosaica necesidad.

En el fondo, se operaba el movimiento de expansión socioeconómica, que varios escritores. esbozaran, historiado por Sanabria Fernández bajo el título de «En busca de «El Dorado”. Vital como era, no hubiese podido, empero, realizarse sin la supresión hecha por la República del ordenamiento misional de España que reservara los nombrados territorios a sus pobladores naturales, prohibiéndo libre ingreso y comercio a españoles y criollos, circunscritos a vivir aquende el río Grande.

Abriéndose, pues, aquellas provincias vastas como reinos, con sus recursos y, sobre todo, con sus sencillos habitantes misionarios, casi dejándolos librados a su buena estrella, A tanto equivalía la declaración constitucional, basada en principios de propalación universal, en cuya virtud, de la noche a la mañana, sus derechos resultaban equiparados con los de quienes, para protegerlos, se los mantuvo separados.

El pensamiento sacerdotal de Santistevan no podía quedar ajeno a las realidades emergentes de tales transformaciones, tanto menos si las regiones sureñas que cruzaba eran de las que confrontábanlas en forma peculiarmente conflictiva que había de llevar, años después, a sucesos sangrientos de sublevación y al cruel escarmiento.

En las demás regiones, sin otra presencia estatal que la simbólica de escasos funcionarios faltos de recursos y de medios para imponer el orden, con mente exclusivamente recaudadora, en territorios malsanos, remotos como para anular la acción del gobierno y aun la fuerza de la opinión pública-, a fin de establecer una convivencia civilizada entre los pobladores autóctonos y los advenedizos (autoridades fiscales, empresarios y trabajadores de la quina y de la goma elástica, todos empeñados en tareas extractivas de naturaleza sui generis, hasta entonces no legisladas), sólo cabía esperar del espíritu cristiano que tuviesen o conservasen nuestras gentes, y en la asistencia moderadora de la Iglesia.[1]

Santistevan, ajeno a toda presunción, exento de ambiciones jerárquicas, debe haber pensado en lo que él, en su calidad de sacerdote podría ofrecer como contribución a la solución de tan delicados problemas: la oración, la educación y la formación de apóstoles de Cristo. Esta era su única ambición, tal vez ya concretada en un programa,

Período pre-episcopal

Indudablemente, uno de los carismas que revelan al hombre llamado a realizar acción, es el don de organizar. Sobre la base de un plan en el cual se combine lo factible con las orientaciones de un ideal progresista, él determina el operar positivo.

Según esta regla, toda la vida de Santistevan fue el desarrollo de un proceso que ejecutó, uniendo una rara perseverancia con tino excepcional para escoger a sus colaboradores.

Este aspecto de su personalidad ya hubo de revelarse en el decenio de su actuación chuquisaqueña. Organizar será una constante de su existir y, señaladamente, durante su misión episcopal. Así, pues, al dedicar este capítulo al organizador, nos proponemos, por facilidad expositiva, enfocar la acción que desarrolló en el decenio precedente a esa misión. Cuando él era, todavía, el presbítero José Belisario.

Su primer cargo en Santa Cruz había de ser el de Secretario del obispo Baldivia quién, llegado el 8 de enero de 1880, le designaba el 2 de febrero del mismo año,

Dijérase que «estaba escrito», que medió un designio providencial en virtud del cual las personas y las carreras del obispo y del secretario resultarían tan íntimamente ligadas que, en adelante, habría una recíproca influencia tan entrañable y constante, como sólo puede darse en casos de hombres apostólicos, enamorados de una misión sin límites personales ni temporales.

No se podría, pues, estudiar a Santistevan sin esbozar, siquiera, la figura y actividad de Baldivia, hallándose en el período episcopal de éste los antecedentes de la labor de aquél, como quiera que los planes de toda magna obra suponen gestiones prolongadas y requieren, desde su concepción hasta su realización, la permanencia de esfuerzos sin solución de continuidad.

El lltmo. Don José de Baldivia y Morales

Nació en La Paz, el 30 de Marzo de 1831, y el 3 de Mayo de 1854 cantó su primera misa. Obtuvo los grados de Licenciado y Doctor en Teología en 1855 y 1856; posteriormente, logró la licenciatura en Derecho. Fue profesor y Rector del Seminario paceño. Desempeño cargos en la Catedral y atendió varias parroquias. En 1866 recibió el título de Prebendado, ad honorem, del Coro de La Paz. Fue provisor y Vicario general de la diócesis en 1874, y nombrado Canónigo Doctoral.

En lo civil, asistió a varias legislaturas como diputado; en 1870 Vicecancelario de la Universidad de San Andrés, y en 1877 Inspector general de Instrucción Pública.

Preconizado obispo de Santa Cruz el 15 de Julio de 1878, fue consagrado, en La Paz, el 22 de Noviembre. Llegó a su sede el 8 de enero de 1880 y tres días después, participó en la instalación de la Universidad Santo Tomás de Aquino (hoy llamada Gabriel René Moreno), de la que fue el primer Cancelario o Rector, por un año, iniciando el turno establecido por el Decreto de erección.

El 2 de febrero de 1880, antes de cumplirse un mes de su llegada a ésta, el obispo Baldivia designó secretario al presbítero Santistevan.

En 9 de octubre de 1883 dictó la Regla Consueta de la Catedral, que sustituyó a la que, propia de la Metropolitana, de Sucre, fue adaptada para esta sede por los Obispos Ochoa y Morillo y Aldazábal y Lodeña, en 9 de mayo de 1785 y 23 de Enero de 1811, respectivamente.

También en 1883, emprendió acompañado de su secretario, una serie de visitas pastorales a poblaciones de El Cercado (hoy Andrés Ibáñez), Sara, Vallegrande y Cordillera, que duraron hasta 1885.

En 2 de febrero de 1886 inauguró el primer sínodo diocesano que se celebraba en esta Diócesis a los 281 años de su erección, en 1605. Las labores sinodales concluyeron el 19 de marzo de dicho año.

Dos días después, el 21 de marzo, el obispo Baldivia viajaba a Lima, donde, como único obispo boliviano y representando al Arzobispo de la Plata, concurrió a la celebración del 3er. centenario natal de Santa Rosa de Lima, el 30 d agosto de 1886, día en que ofició el pontifical de la gran conmemoración. Se restituyó a Santa Cruz en el mes de octubre de ese mismo año.

En mayo de 1887, el Iltmo. Baldivia viajó a Sucre para consagrar al Arzobispo de la Plata, D. José Cayetano de la Llosa, retornando en septiembre del mismo año.

En 1888, volvió a Sucre y asistió al Concilio Provincial convocado, y allí reunido, por el Iltmo. de la Llosa. Al parecer fue entonces cuando inició diligencias para su Coadjutoría que, con derecho sucesorio, deseaba encomendar al Presbítero Santistevan.

Lo cierto es que el Gobierno presentó a la Santa Sede el nombre de José Belisario Santistevan para Obispo Coadjutor el 7 de marzo de 1890, y que éste fue preconizado Obispo «in partibus» de Dansara y Coadjutor de Santa Cruz el 26 de junio de 1890.

En cuanto Mons. Baldivia, fue nombrado para la Cátedra de La Paz, el 7 de noviembre de 1890 y, habiendo consagrado obispo residencial a su Coadjutor el 5 de abril de 1891, marchó el 10 de junio a su tierra natal, cuya grey rigió hasta su muerte, el 5 de octubre de 1899.

Tal es la carrera brillante y meritoria de este Obispo que, poseedor de buenas dotes oratorias, rigió la Diócesis de Santa Cruz más de 10 años y la de La Paz más de ocho. Dejó en ambos obispados buen nombre por su administración inteligente y laboriosa.

Si en el episcopado de Baldivia están las raíces de las obras de más largo aliento de Santistevan, habremos de atribuir mérito singular a quién rápida y profundamente le conoció, designó y apoyó llegando a constituirlo sucesor suyo pese a la oposición, humilde y modesta, del piadoso sacerdote.

El Obipo Baldivia fue, pues, precursor de Santistevan, lo cual, apreciado por la Grey Cruceñía, que le reconoció grande y prudente previsión, nos recuerda el caso del Emperador Nerva, cuyo reinado, corto y de mera transición, le hizo acreedor a la gratitud pública por haber adoptado como sucesor al Gran Trajano.

Y ahora, reemprendamos la consideración de nuestro tema central.

Santistevan Secretario Episcopal

Hemos visto que el presbítero Santistevan, apenas llegado el obispo Baldivia, fue por él designado, en 2 de febrero de aquel 1880, para colaborarle desde el cargo de Secretario de Cámara, cuya aceptación se debió al propósito fundamental de servir a la Iglesia y a su pueblo, tal como lo hizo hasta el 12 de abril de 1886.

A favor de la plena confianza del Prelado, el Secretario propuso una serie de medidas eclesiásticas, todas importantes y trascendentales algunas, destinadas a devolver a la Mitra el ascendiente moral y social que tuvo con los Obispos del Prado (1817- 1856) y Cabezas (1856-1860) de grata memoria-, y para preparar tiempos de bienandanzas y provecho en múltiples aspectos.

Esa labor, como todo lo que es silencioso, no puede conocerse sino en los archivos y, oficialmente, pertenecen al superior o jefe. Mas en el caso de Santistevan, la importancia de su participación era tan manifiesta que, cuando por razones de salud y de recargo hubo de renunciar la Secretaría, el Gobernador Eclesiástico, canónigo Delgado, al que tocó aceptar el retiro, le “expresó en nombre del prelado y del Cabildo Eclesiástico, las más expresivas gracias, reconociéndole una actividad que calificaba de «infatigable, apostólica, valiosa e ilustrada», adjetivos que nos relevan de todo comentario.

No obstante, deseamos añadir algunos datos y juicios entresacados de los apuntes del Dr. Victorino Rivero, relativos a la actuación del Secretario Episcopal.[2]

En la parte Eclesiástica de la década 1881-1890, dice que el obispo Baldivia nombró Secretario al presbítero Santistevan, «sacerdote de capacidad, ilustrado, de moralidad acendrada y de familia notable. Con este Secretario el Obispo comenzó una era de mejora para la Iglesia y el Clero Cruceño».

Luego anota algunas medidas que confirman la realidad funcional del binomio Obispo-Secretario, del que hablamos en el caso del Sínodo Diocesano:

– A fin de procurar que el Clero se preparase, fue ordenado que, para obtener licencias y poder celebrar y ejercer las demás funciones eclesiásticas, había de ser previa rendición de exámenes. Además, las licencias renovaríanse frecuentemente.

– Las sagradas Órdenes cesaron de darse a cualquiera por necesidad, reservándose a sujetos idóneos.

– Las sillas del coro catedralicio se proveerían mediante concurso de oposición; siendo de notar que estas medidas fueron dictadas y además, cumplidas con estrictez.

– Se dotó a la Catedral de la debida Regla Consueta.

El Primer Sínodo Diocesano

Los principales datos de este importante párrafo, los encontraremos en los citados apuntes del Dr. Victorino Rivero al que cedemos la palabra:

«El 24 de febrero de 1885 dictó su edicto el obispo Baldivia, convocando al V. Cabildo, Vicario Gral. Provisor, Párrocos y a todos los que deban o puedan ser convocados al Sínodo Diocesano, para el 24 de septiembre de ese año. Como para esta fecha no pudiese reunirse el Sínodo, se prorrogó su verificativo hasta el 2 de febrero de 1886, en cuyo día se instaló, siendo el primero que se hubiera celebrado desde la fundación de la Sede Espiscopal.

«Las constituciones del primer Sínodo Diocesano de Santa Cruz de la Sierra se insertaron en cinco títulos. El 1º se ocupa del Cabildo Eclesiástico y encierra dos constituciones; el 22, de los «deberes de los párrocos», y contiene cinco capítulos, con varias constituciones; el 3% trata de los «Deberes del Clero en General», en tres capítulos y varias constituciones; el 4%. se ocupa «Del Seminario Diocesano», abraza dos constituciones, y se indica la cuota con que debe contribuir cada párroco para sostenerlo; el 5* se ocupa de las «obligaciones Generales de los Fieles»,

«El personal que concurrió al primer Sínodo Diocesano fue el siguiente:

Capitulares.- Dean D. Manuel A. Castedo, – Arcediano D. Juan Felipe Rodríguez, Penitenciario y Vicario General D. Nicanor Landívar, – Canónigo de Merced D. José Matías Gutiérrez.

«Prebendados Racioneros: D. Juán de D. Justiniano, Prebendados Medio Racioneros: D. José Castedo y D. Antonio Vicente Justiniano.

«Vicarios Foráneos: D. José Lorenzo Rivero, Cura de Santa Ana del Beni.- D. Juan de D. Vaca Saucedo, Cura de Comarapa.- D. Ramón Añez, Cura de Cotoca.- D. Ramón Ibáñez, Cura de Portachuelo.- D. David Égüez, Cura de Trinidad del Beni. D. Enrique Franco, Cura de la ciudad de Vallegrande.

«Párrocos no Vicarios: D. Federico Rodríguez, Cura del Colegio[3] y Secretario del Sínodo-, D. Ángel Bazán, Cura de Jesús Nazareno-, D. Antonio José Zambrano, de San Roque, D. Juan Francisco Justiniano, de Pucará-, D. Ramón Cuéllar de la Enconada, D. José Gabriel Bravo de Buena Vista.- D. Juan J. Justiniano, de San José de Chiquitos,- D. Eliseo J. Soleto, de Paurito,- D. Nicéforo Guardia, de Reyes,- D. Marcelino Viruez de Chilón,- D. José Miguel Montero, de Gutiérrez.

«Clero: D. José Belisario Santistevan, Téologo, Rector del Seminario y Secretario de la Curia Episcopal,- D. Manuel J. Peña, teólogo promotor fiscal Eclesiástico de Sínodo,- R.P. Fray Querubín Francescangeli, Vicario del Hospicio de San Francisco,- D. Juan de D. Añez, representante de las misiones de Cordillera,- y D. Juán de D. Velarde, Maestro de Ceremonias de la Catedral y del Sínodo.

«La tercera y última sesión del Sínodo fue celebrada el 19 de marzo del mismo año…”.

«Así pues el Obispo Baldivia tuvo la gloria de reunir el primer Sínodo Diocesano en 1885, a los 280 años de haberse erigido en Sede Episcopal la ciudad de Santa Cruz de la Sierra».[4]

Hemos incluído este asunto de la biografía de Mñr. Santistevan, en el concepto de que fue suya la iniciativa. Era uno de tantos puntos de labor eclesiástica concebida en sus peregrinaciones por lugares piadosos, con el propósito de levantar el nivel moral e intelectual del Clero y de la feligresía del Obispado.

Como secretario y, en realidad, inspirador de los actos salientes del Obispo Mir. Baldivia, pudo llevar a cabo este hecho transcendental para la diócesis.

Transmitidas las Constituciones Sinodales al Gobierno, éste declaró por R.S. de 27 de Septiembre de 1886, que el obispo «podía ponerlas en ejecución por no hallarse disconformidad con las leyes fundamentales y secundarias que rigen la administración». Además, rindió al obispo «un voto de reconocimiento por. su celosa consagración al desempeño de sus deberes episcopales”, tal como anota el citado Dr. Rivero.

Otras faces del Organizador

Según lo que dijimos, correspondía dedicar este capítulo a toda la acción de Santistevan en el decenio anterior a su misión episcopal. Debiéramos, pues, reseñar, aquí, obras tales como las fundaciones de los colegios Seminario y Sta. Ana; empero, el plan del libro incluye un capítulo intitulado «El Maestro», al que remitimos a nuestro amable lector.

Referencias

[1] El Cap. X, subtítulo «El Evangelio y el Trabajo”, contiene algunos datos y conceptos relativos a desmanes y atropellos de la dignidad humana ocurridos, señaladamente en las áreas de la goma elástica, y sobre las acciones realizadas para imponer un concepto cristiano de justicia social.

[2] Se trata de los «Apuntes para la Historia de Santa Cruz”, cuyo manuscrito, adquirido por Molina Mostajo, publicaron sus hijos, como folletín, en «El País» de esta ciudad. Posteriormente, en 1978, la Fundación Cultural Ramón Darío Gutiérrez Jiménez editó el trabajo en forma de libro, bajo el título, arbitrario y erróneo, de «Historia de Santa Cruz durante la 2a. mitad del Siglo XIX».

[3] Es decir del Sagrario de la Catedral, llamado el Colegio en recuerdo del antiguo Seminario.

[4] La sede fue erigida en la ciudad de San Lorenzo, con jurisdicción sobre toda la Gobernación de Santa Cruz de la Sierra, en 1605, fecha en que, todavía, eran ciudades distintas. Se fusionaron, luego, en una sola, prevaleciendo, a la larga, el nombre de la más antigua, la de la fundación Chiquitana. El Sínodo, lo dice el mismo Dr. Rivero, pocas líneas antes, se realizó en 1.886; por tanto, a los 281 años de haberse creado la sede episcopal.

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