Fuente: Revista Centinela
El profesor David Engels (Bélgica, 1979) contesta a las preguntas con la pausa de un académico. Da vueltas sobre ellas como solo lo puede hacer un catedrático de Historia Romana en la capital de la Unión Europea. Desde Bruselas Engels lleva años predicando una reflexión tan apocalíptica como esperanzadora: la Europa que conocimos está próxima a su fin pero cercana también a su renacimiento. Convencido de que la cultura servirá como bastión frente a los enemigos de Occidente −«la derecha política ha subestimado totalmente el aspecto cultural»−, durante nuestra conversación el profesor propone una receta: patriotismo y trascendencia.
¿ESTÁ EN PELIGRO LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL? ¿QUÉ QUEDA DE LAS RAÍCES DE EUROPA?
La historia nos demuestra que todas las civilizaciones son mortales. Por lo tanto, es lógico que la civilización occidental también desaparezca tarde o temprano. Si miramos más de cerca la comparación entre civilizaciones, podemos distinguir una primera fase caracterizada por la idea de trascendencia, Dios, interioridad y tradición, y una segunda situación antitética dominada por el materialismo, el humanismo, la expansión y la razón. Creo sinceramente que estamos al final de esta segunda fase, justo antes de la inminente síntesis final que consiste en un retorno racional a la tradición, como fue el caso del Principado Augusto en la Antigüedad clásica, el Imperio Han en China, los Gupta en India, Cosroes I en Irán, los Ramésidas en Egipto o la Tercera Dinastía de Ur en Sumeria.
TRASCENDENCIA, INTERIORIDAD, TRADICIÓN, ETC. PARECE QUE EUROPA HA PERDIDO SU IDENTIDAD PARA SIEMPRE…
En ciertos aspectos sí, es una pérdida irreversible, pero en otros no. La disolución de los pueblos en naciones y de las naciones en estados de civilización es el camino habitual de la historia y, a largo plazo, creo que no hay alternativa a una Europa fuerte y unificada (aunque, por supuesto, no en la forma de la actual Unión Europea globalista y de izquierda liberal). Sin embargo, la desintegración de la familia y la religión, por culpa de un individualismo excesivo, tarde o temprano será resorbida: una vez que las fuerzas autodestructivas de nuestra antítesis civilizacional sean reemplazadas por una síntesis final y luego se transformen lentamente en estancamiento posthistórico, ciertas necesidades tradicionales básicas como la familia clásica o el anhelo de trascendencia volverán lentamente, aunque de una manera bastante fosilizada y en gran medida exenta de la energía creativa que caracterizó el comienzo de nuestra civilización.
¿Y ESTA DISOLUCIÓN DE LOS VALORES NO DEBERÍA LLEVARNOS A LA ESPERANZA POR ENCONTRAR UNA RECONSTRUCCIÓN A LA ALTURA? ALGO ASÍ PLANTEAS EN TU ÚLTIMO ENSAYO…
Bueno, es que incluso en el mejor de los casos, dicha reconstrucción solo puede ser parcial: nunca recuperaremos la espontaneidad artística, la integridad cultural o la intensidad espiritual de la Edad Media. Ahora bien, efectivamente es uno de los temas de mi último libro (Defender la Europa civilizacional). Aunque la reconstrucción sea limitada, creo que al menos podemos intentar allanar el camino para una «restauración» patriótica consciente de las formas externas de nuestra civilización.
EXTERNAS PERO TAMBIÉN INTERNAS. ¿QUÉ ENEMIGOS DE EUROPA SON MÁS PELIGROSOS: LOS DE FUERA O LOS DE DENTRO?
El enemigo interno, sin ninguna duda. Si una civilización es lo suficientemente fuerte, confiada y orgullosa, puede resistir todas las presiones externas y aún prosperar en medio de la guerra, el peligro y la opresión. Pero si ha perdido toda energía y fe en Dios, así como su destino, está condenada a decaer incluso en medio de la riqueza y la prosperidad. Por supuesto, nunca subestimaría la importancia de la presión demográfica de África, la competencia económica con China, el peligro militar de Rusia o la desigual asociación con los EE.UU., pero todos estos factores solo pueden combatirse cuando primero hayamos reconquistado nuestra propia identidad.
UNA IDENTIDAD RAQUÍTICA… HACE UNOS MESES PARTICIPÓ EN EL EVENTO MAKE EUROPE GREAT AGAIN. EUROPA ES HEREDERA DE UNA TRADICIÓN MILENARIA QUE PARECE HABER SIDO DILAPIDADA. ¿QUÉ QUEDA DE ESA RIQUEZA?
Mucho y nada. Por un lado, el estado civilizacional final que espero, basado en mis comparaciones entre Europa y otras civilizaciones, restaurará una cierta cantidad de grandeza de nuestro continente, aunque solo como resultado de una fase autodestructiva de agitación interna. Por otro lado, este estado civilizacional también será el punto final de nuestra evolución histórica y rápidamente conducirá a una etapa posthistórica cada vez más fosilizada, muy diferente de la verdadera fase de interioridad y creatividad que todos los verdaderos patriotas anhelan. Como hablábamos antes, si queremos entender nuestro futuro, debemos examinar la evolución del Imperio Romano y de todos los otros imperios civilizacionales. La historia es siempre la misma.
LA FE HA PARECIDO ESTAR SIEMPRE EN EL PUNTO DE MIRA. ¿QUÉ PAPEL DEBERÍA JUGAR LA IGLESIA EN LA RECONSTRUCCIÓN DE OCCIDENTE?
«Debería» se refiere a un marco normativo que tiendo a evitar, ya que creo en un cierto determinismo histórico donde nuestro margen de maniobra política individual está bastante restringido. Por el momento, todas las iglesias han abandonado en gran medida las cuestiones trascendentes en beneficio de cuestiones puramente sociales, como la inmigración, la acción climática, los temas LGBTQ, etc.: las iglesias han dejado de ser un bastión contra la autodestrucción y más bien siguen la tendencia general. Sin embargo, estoy bastante seguro de que la síntesis civilizacional que espero para las próximas décadas también operará una restauración religiosa, al menos de una manera superficial y patriótica. Esto puede ayudar a la Iglesia a centrarse nuevamente en su papel clave (aunque solo sea por oportunismo político) y también a que al menos algunas personas encuentren su camino de regreso a la verdadera trascendencia e interioridad. Pero temo que las grandes masas seguirán deslumbradas por consideraciones puramente materialistas y abrazarán el cristianismo solo por razones patrióticas.
HABLANDO DE PATRIOTISMO, EN POCOS DÍAS SE CELEBRAN LAS ELECCIONES EUROPEAS. TODAS LAS PREVISIONES ANTICIPAN UNA FUERTE ENTRADA DE PARTIDOS SOBERANISTAS. ¿QUÉ ES MÁS INEXPLICABLE: ESTA ENTRADA O QUE LAS ÉLITES EN BRUSELAS SE SORPRENDAN POR ELLO?
Bueno, aparte de algunas excepciones (como en Francia e Italia), la esperada «fuerte entrada» de partidos soberanistas seguirá siendo bastante limitada, creo; y de todos modos serán demasiado débiles para hacer una diferencia real. Esto se debe, por un lado, al éxito de la estrategia de «cordón sanitario» impuesta por los medios de comunicación y las élites, pero por otro lado, a las divisiones ideológicas dentro de la «derecha»: ¿Su patriotismo se basa solo en su respectiva identidad nacional o también en la civilización occidental? ¿Sus ideales están arraigados en el cristianismo o en el secularismo? ¿Su enfoque sobre la economía se basa en la Doctrina Social de la Iglesia o más bien en el libertarismo? Y por supuesto: ¿Preferirían una alianza con los EE.UU. o con Eurasia, o desearían transformar Europa en una superpotencia? Mientras estas preguntas no se resuelvan, los ciudadanos permanecerán en gran medida confundidos y votarán por la «derecha» no por verdadera convicción, sino solo por oposición al consenso woke.
UNA ÚLTIMA: ¿NO HAY EN EUROPA UNA DEPENDENCIA EXCESIVA DE LOS POLÍTICOS QUE A MENUDO DESARTICULA LAS INICIATIVAS DE LA SOCIEDAD CIVIL?
Bueno, lo cierto es que «la sociedad civil» se ha convertido en gran medida en un código para ONGs o grupos mediáticos financiados indirectamente por las élites políticas y económicas de la izquierda liberal (a menudo con el dinero de los contribuyentes) para pretender que sus propias opiniones minoritarias sean de alguna manera representativas de la sociedad en su conjunto. Y, de hecho, la derecha política ha subestimado totalmente el aspecto cultural de la actual guerra política: hasta ahora, muchos todavía creen en la famosa frase de Bill Clinton de que «¡Es la economía, estúpido!». La verdad es justo la contraria: «¡Es la cultura, estúpido!», diría yo.