
Ronald MacLean Abaroa, exministro, exalcalde, excandidato presidencial y docente en Harvard, publicó recientemente una columna titulada “La silla vacía de la pobreza”, donde, con elegancia y tono académico, cuestiona al Foro Agropecuario de la CAO por no haber abordado con suficiente profundidad la pobreza rural y la exclusión del pequeño productor. Lo hace sugiriendo, entre líneas, que el agro empresarial cruceño —a pesar de su éxito— reproduce una visión sectaria y desconectada del país real. Pero, ¿no es esta una crítica injusta y profundamente centralista?
El artículo parece partir de una lógica resentida: la de quienes, desde el altiplano político tradicional, han visto con recelo el crecimiento de Santa Cruz y hoy disfrazan de análisis técnico un viejo mal nacional: la envidia al modelo cruceño. Santa Cruz no solo produce el 75% de los alimentos del país. Ha absorbido, desde hace décadas, a decenas de miles de campesinos expulsados del altiplano y los valles por los mismos sistemas políticos que MacLean representa. Esos sistemas —con sus revoluciones inconclusas y sus reformas a medias— condenaron al campesino del occidente a la pobreza, a la informalidad, a la servidumbre sindical, sin propiedad plena sobre su tierra ni acceso real al crédito. Mientras tanto, Santa Cruz hizo lo que ningún gobierno logró: dar libertad para trabajar, producir y progresar. No desde el Estado, sino a pesar del Estado. Se critica al Foro Agropecuario por no abordar la pobreza, como si producir alimento, generar empleo y crear condiciones para la migración interna no fuera ya una respuesta concreta a la pobreza estructural. Se acusa a los productores de “no sentarse con el resto del país”, pero ¿qué más puede hacer un sector que ha sido permanentemente atacado, estigmatizado y perseguido por políticas centralistas que no comprenden —ni toleran— la autonomía productiva?
Santa Cruz no debe pedir permiso para producir. Es el último bastión de libertad económica en un país asfixiado por el estatismo y la politiquería. Aquí trabajan bolivianos de todos los rincones del país, sin importar origen, apellido o carnet sindical. Aquí se protege al que quiere sembrar, al que quiere emprender, al que no quiere esperar un bono o una dádiva. Entonces, si realmente queremos erradicar la pobreza, el camino no es seguir criticando al modelo cruceño.
El camino es replicarlo, protegerlo y dejar de combatirlo. Que se invite al modelo productivo de Santa Cruz a liderar, en vez de condenarlo desde la tribuna de los fracasos históricos. La verdadera silla vacía no está en un foro con aire acondicionado. Está en La Paz, en los despachos que jamás entendieron que la mejor política social es dejar trabajar al que produce.
Editorial El Día



