ESPÍRITU NAVIDEÑO
Mis recuerdos infantiles de la Navidad son bastante borrosos pero no puedo olvidar que dejaba mis zapatos en la ventana de mi dormitorio para que el Papá Noel me trajera algún regalo. Eso que los españoles hacen en el día de Reyes – los regalos – en América lo hacemos en Nochebuena. Creí en el Papá Noel como todos los niños hasta que encontré escondidas unas carretillas con baldes, palas y rastrillos que había pedido en mi cartita. Fueron las mismas que el bondadoso viejito nos regaló a mi hermano Julio y a mí la noche de Navidad. Debió ser el primer problema metafísico-existencial de mi vida.
Luego las navidades transcurrieron sin mayor suceso. Una buena cena de cerdito y a veces pavo, misa de gallo a la media noche, y a madrugar para ver los regalos que ya sabíamos de dónde venían. Eran regalos sencillos, además de baratos; uno o dos a lo sumo. El arbolito navideño era una rama frondosa o la copa de un pino que se adornaba con bolitas de colores, algodoncitos y lucecitas. Se armaba un pesebre con el niñito Dios, la Virgen, San José, los Reyes Magos, una vaca, un burro y una ovejita. Recuerdo que la preocupación más grave era que el arbolito se mantuviera derecho y no se cayera.
Entonces como ahora se sabía muy poco de la Navidad. Lo único que todos sabíamos era que se festejaba el nacimiento del niño Jesús. Sobre la doctrina de Cristo y sobre lo que ha significado en cristianismo para la humanidad no se hablaba nada o no oí nada a nadie hasta que fui hombre. Esta celebración de tanto recogimiento en toda Bolivia y en gran parte del mundo, en Santa Cruz se la festejaba de otro modo, con petardos, cohetillos, música y tampoco faltaba el baile. En eso no hemos cambiado. La Navidad al estilo camba es muy distinta al resto y es sabido que así también la festejan en algunas naciones del trópico, en las regiones cálidas. Motivos hay, porque ver un arbolito nevado soportando más de 30 grados de calor nocturno, es puro realismo mágico.
He pasado pocas navidades en Santa Cruz porque mi vida, luego de casado, estuvo hecha en La Paz y en el exterior donde la Navidad era fría. Se imponía la sabrosa y humeante picana paceña de cuatro o cinco carnes. O los platos fuertes en otras regiones que helaban en diciembre. Si bien el recogimiento en esos días es tal vez mayor fuera de Santa Cruz, las compras y la comida, como aquí, son lo más importante. La Navidad se ha convertido en un festín universal del gasto. Si siendo niño ponía mis zapatitos en la ventana para recibir de mis padres unos soldaditos de plomo o una pelota de fútbol, hoy la Navidad deja quebrado al jefe de familia, porque ya no es la fecha de adoración al Niño que nace solamente, sino de dar alegría a la gente que uno quiere y a quienes no conoce también.
Existen cosas de la Navidad que hemos heredado de la casa paterna y que las mantenemos. Si bien no siempre es posible hacer de la Navidad un acontecimiento de emotivo recogimiento, por lo menos debe ser de respeto. Hemos dicho que todos somos producto del comportamiento de una sociedad consumista donde el comercio tiene la gran oportunidad de atrapar clientes hasta limpiarlos, pero, por lo menos, conservamos la costumbre de dar algo a los que menos tienen, sin que nos obligue una ley. Eso de compartir ya es parte de un espíritu navideño, por pequeño que sea.
Por aquello de que no todos son igualmente felices en Navidad hay mucha gente que dice entristecerse en estas fechas. A mí personalmente me gusta. Me encanta el ambiente navideño como si fuera niño. Gozo cuando María Teresa comienza a armar el arbolito y cuando el “nacimiento” va creciendo a sus pies casi como si se tratara de un ranchito rural. Me encantan las luces multicolores y los villancicos. Soy feliz con mis hijos y mirando a mis nietitos que todavía creen o que me hacen creer que creen en Santa Claus. Y disfruto de pavito relleno y de la picana sabrosa y picante aun cuando haga calor.