Apellidos, prejuicios y complejos
Está de moda enaltecer lo que alguno imagina “originario” para dar palo a lo extranjero. Es terreno fértil a contrasentidos risibles, como los apellidos españoles de un autor al que dan rabia los extranjeros, por ser parte del imaginario colonialista, dice. Su paterno es tan oriundo de Extremadura, y Castilla y León, como su materno es español. Inclusive tienen escudo heráldico, igual que Estremadoiro. Originalmente, tal vez no tan noble, mi apellido quería decir “lugar donde se reparten las ovejas” luego de triscar todo el día en pasturas comunes proclives a mescolanza. ¿Como en el altiplano?
Causa risa que los andinos Perú-bolivianos, que atribuyen el apellido “Mamani” (halcón) a esta parte del mundo, discrepen con italianos que lo originan en Bérgamo, donde tantos bolivianos han emigrado en busca de trabajo. ¿Qué hacemos con “Quispe”? Es el segundo apellido más común, después de Mamani; es quechua en origen y simboliza ‘el que brilla’. Pero unos lo degradan al eslavo Quisbert, suponiendo tal vez que es de origen catalán. Otros lo atribuyen al ruso “Qui Spec”, y preventivamente mando a tal parte al lingüista, hasta averiguar qué significa.
Peor aún es vincular los apellidos tildados de extranjeros con “grupos coloniales”, “oligárquicos”. ¿Te casaste?, se burló un amigo de uno que había añadido el “de” al suyo, en pretensión cursilona de sangre azul. El del historiador y ex presidente solo abrevia el “Diego” de su segundo nombre. Que yo sepa, los apellidos croatas llegaron a Bolivia en el siglo 20; otra cosa es que con el ñeque de inmigrantes hayan hecho fortuna y se hayan incorporado a grupos de poder, aquí y en todas partes. Otro baile es que no se hayan juntado a los “Mamani, Condori o Quispe”, que para entonces ya no eran nobles incaicos. ¿Acaso la extirpada casta ‘orejona’ Inca subyugó a la etnia aymara con besos, ternura, que derroche de amor, cuánta locura, poco antes de la llegada de los conquistadores hispanos?
El meollo es el prejuicio, dañina forma de diferenciación entre las gentes. Da origen al racismo, pariente de la bronca a los que se sienten superiores: el racismo al revés. Revelan racismo al revés y complejo de inferioridad las vengativas aseveraciones de uno que quizá fue bautizado Maximiliano, como el austríaco que resucitó un imperio europeo en México, derrotado por el primer Presidente indígena de América Latina: Benito Juárez. ¿No es revanchismo racista y acomplejado afirmar que “Tenemos suficientes argumentos para realmente cobrarnos revanchas históricas absolutamente justificadas”?
Si los apellidos denotan pertenencia, es tapar el sol con un dedo desconocer, o degradar, el mestizaje. México lo hace piedra angular de su unidad como nación. En Bolivia sigue el iluso afán de negar que el charango andino sea vástago de la hispánica guitarra; que el sincretismo de creencias animistas con el catolicismo, ha resultado en festividades religiosas que honran a docenas de vírgenes y santos; ¿no es la montera tarabuqueña, quechua, copia del casco español del siglo 16? Hoy embuten la wiphala como pareja de la tricolor, pero sigue abierto debatir si proviene de Tercios españoles paseando pendones por Flandes, durante la Guerra de Ochenta Años.
Los apellidos son primeros en mezclarse con la aculturación, después de la sangre. Las falaces banderas étnicas, que entre balaceras y cuarteles embutieron la actual Constitución plurinacional de treinta y tantas ‘nacionalidades’, con el Censo de 2012 se vuelve “quitosa” –que es como mi nieto de 30 meses llama ‘chistosa’. Su renuencia a introducir categorías como ‘mestizo’, y su reiterada postergación, no ocultan la estupidez de balcanizar el país para ocultar la primacía aymara, so pretexto de enaltecer un variopinto ancestro indígena.
No otra cosa significa que en el Censo 2012, una decena que nacieron hablando vietnamita, sean más numerosos en Bolivia que los que hablaban Araona, Canichana, Moré y Pacahuara. Que parlantes de Baure, Cavineño, Cayubaba, Puquina, Sirionó, Tacana, Tapieté, Yaminawa, Yuki y Zamuco, dispersos en la inmensa geografía nacional, no llenen un coliseo de las docenas construidas por el régimen “del cambio” en pueblos sin alcantarillado. Que los 62.743 censados como hablantes de ‘alemán’ seguramente incluyen a los menonitas, que hablan un germánico antiguo; censarlos como parlantes del idioma de Goethe es tan inexacto como meter en un saco a los que comparten lenguas romance o románicas –español, portugués, italiano, francés y rumano, las principales entre 44 de ellas– derivadas todas del latín.
En el afán de pertenecer de las gentes, humano es el balcánico “Bakovic”, que quiere decir “hijo de Baco” sin que haya tenido propensión a bacanales mi bolivianísimo amigo José María Bakovic. En cambio, achaco mi gusto por bebidas espirituosas al cura Maryknoll Tom Collins. Es venganza por bautizarme ‘Carlos’ porque era pagano el celta Winston, que quiere decir “ciudad abierta”.
Ya adulto, lamentaba haber nacido poco después de la victoria rusa en Stalingrado, pero luego me consoló que la noticia de esa derrota de los hasta entonces victoriosos nazis, llegó a Riberalta con algún retraso. De todas maneras, no fui nombrado Stalin o Hitler, sino Winston, como el indómito león inglés. Es preferible, cavilo, a que en la onda étnica inducida, el nombre se vuelva “Wistu”, chueco; pobrecita, conozco una Kelly, “Q’elli”: caprichosa.
Al final, apellidos y nombres son temas banales de racistas al revés y acomplejados de nuevo cuño.
(20140110)