Más sobre el «no» de los colombianos
Muy poco después de conocerse que en el plebiscito colombiano del 2 de octubre había triunfado el no al acuerdo firmado por el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el presidente Juan Manuel Santos, rodeado de sus colaboradores y de los negociadores del acuerdo, se dirigió a sus compatriotas afirmando que no se cansaría de buscar la paz y que enviaba a La Habana a los negociadores para explorar nuevos términos de un futuro acuerdo; claro, también auspiciado por él.
Reveló, asimismo, que se propone, en esta nueva etapa, considerar las iniciativas de todos los sectores de su país. No se refirió a las objeciones, ni al por qué no tuvo antes el cuidado de recabar la opinión de quienes objetaban la negociación —no a la paz. Se advirtió, por el tono y la falta de explicaciones, un cierto dejo de soberbia y de un tardío lucimiento personal; ya se decía que sería propuesto para recibir el premio Nobel de la Paz; esto ya es impensable.
En verdad el presidente en su búsqueda de aplauso y para pasar a la historia, necesitaba a alguien con prestigio y sabiduría. Por ello, eligió como negociador a un esclarecido colombiano: Humberto de la Calle. Pero no se sabe bien qué de bueno consiguió en la larga negociación con las FARC; en el acuerdo de casi 300 páginas, resaltan las concesiones en favor de la guerrilla.
Ahora, hay nuevas pautas: No curules parlamentarios para los guerrilleros sin ser elegidos por el pueblo, no a la impunidad por los crímenes cometidos, no a la despenalización del narcotráfico; en fin, no a incomprensibles beneficios a quienes sembraron tanto dolor y muerte.
Los cabecillas de las FARC han expresado que siguen dispuestos a lograr la paz. Saben bien que el pueblo colombiano les exige que, para lograr la paz, deben aceptar los términos de un acuerdo que se encuadre a la ley y a la práctica democrática. Saben que volver a la guerra sería demencial y que los condenaría aún más. Deben saber también que el entusiasmo del castrismo, que acogió las negociaciones en La Habana, no cayó bien a nadie. Los colombianos tampoco desean los males del populismo venezolano, que tanto acogió a los guerrilleros.
Queda por ver si el presidente Santos conserva legitimidad para corregir sustancialmente el acuerdo concertado en la Cuba de los Castro; acuerdo que tanto defendió y que fue derrotado. En otro contexto, se habría esperado la renuncia del Jefe de Estado.