La necesidad del periodismo de ideas
Nuevas formas de pensamiento y nuevos modos de lo pensable son creados bajo el apremio explícito de una historia.
Cornelius Castoriadis
Durante la ocupación nazi, Albert Camus dirigió en Francia Combat, un diario que permitió el magnífico encuentro de noticias e ideas. No era un medio en el cual se fomentaran la ira ni, menos aún, ese conformismo que, sin pudor, promovían los colaboracionistas. Habiendo nacido bajo el signo de las censuras, la libertad se constituyó en su valor capital. Pero esa resistencia frente a la barbarie del fascismo no era lo único que interesaba. En septiembre del año 1944, cuando no había cesado el horror de la Segunda Guerra Mundial, ese filósofo y escritor razonó acerca del periodismo. Demandó entonces que los hechos noticiosos sean acompañados de comentarios, reflexiones tanto morales como políticas. Era un aporte que se debía realizar en favor del público, pues, contando sólo con datos, una comprensión adecuada del presente resultaba muy difícil.
La necesidad de tener un periodismo crítico, renuente a las simplezas y los sometimientos, ha procurado ser satisfecha por diferentes intelectuales. En efecto, este compromiso se puede advertir gracias a las intervenciones de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Aron, Hannah Arendt y Umberto Eco. Son algunas de las personas que concibieron la prensa como un espacio en el cual se pudiese también pensar sobre lo informado cotidianamente. Sucede que, si bien muchos de los acontecimientos políticos, económicos y hasta culturales parecieran tan corrientes cuanto irrelevantes, es posible su consideración desde otra perspectiva. Me refiero al acercamiento conceptual, a los razonamientos que posibilitan un mejor entendimiento de todos esos fenómenos. Es cierto que, a veces, la racionalización se torna compleja porque percibimos genuinos disparates, cuyos protagonistas pueden ser oficialistas u opositores; sin embargo, el esfuerzo de ahondar al respecto jamás será contraproducente.
No se debe creer que la vanidad conduce a ese tipo de prácticas periodísticas. Puede haber casos de meditadores que anhelen las alabanzas del semejante; con todo, hay otras motivaciones. Ortega y Gasset, por ejemplo, escribía para el diario porque encontraba que era la mejor forma de contribuir al progreso del ciudadano español. Así, más lectores podían aproximarse a la filosofía, notar que sus teorías y sistemas no se destacaban por la inutilidad. Era una vía que hacía posible la crítica de orden social, los cuestionamientos imprescindibles para no eternizar el error. Fue lo que, a fines del siglo XIX, junto con varios compañeros de generación, acometió Unamuno para producir una verdadera transformación en su país. Ha sido igualmente la línea de Alcides Arguedas y, entre otros autores, Franz Tamayo, quienes prestigiaron al periodismo boliviano de su época.
El panorama que contemplamos hoy conduce al desaliento. No niego que haya todavía sujetos a quienes atraiga esa clase de periodismo y, por ende, lo practiquen, deparándonos producciones sobremanera valiosas. Empero, la norma es toparse con diarios, canales de televisión y radios en donde no tenga cabida el pensamiento, sino las ocurrencias. En lugar de informar con cierta profundidad, muchos prefieren las divulgaciones estridentes, livianas, incapaces del menor estímulo intelectual. Entiendo que, por temas comerciales, la frivolidad y el entretenimiento deban tener espacio en esos medios; no obstante, nada favorable surge del desprecio a las ideas. Pensemos en que, según Aristóteles, no somos únicamente animales; tenemos asimismo una razón susceptible de ser alimentada.