LOS FANTASMAS DE LA NOCHE
Manfredo Kempff Saucedo
Cuando en cualquier ciudad del mundo uno ve a policías patrullando se siente confiado, menos en Bolivia, donde hay que temblar porque es seguro que si se encuentra con ellos va a ser revisado y desplumado aunque sea de madrugada. ¿Por qué? Simplemente porque son patrullas que con el pretexto de velar por la seguridad ciudadana y atrapar ebrios, salen a la caza y exacción de los ciudadanos que conducen de noche.
Nunca se me ocurriría hacer una nota defendiendo a tanto irresponsable que comete averías y hasta homicidios en calles y carreteras. Vemos cómo suceden accidentes que directamente tienen que ver con el consumo excesivo de alcohol. Pero la Policía de tránsito está para velar porque los borrachos no conduzcan, no para atracarlos.
La diferencia está en que en el resto del planeta los policías son respetuosos, cumplen con su deber, y si es necesario multar lo hacen extendiendo un recibo al infractor, o pasándole una notificación para que comparezca ante la autoridad, o quitándole puntos a su permiso de conducir. Si el problema es muy grave, pueden detener a la persona y anular su permiso por un tiempo o definitivamente.
A nosotros nos consta lo que vemos diariamente en Santa Cruz, que es un atraco intolerable, que no respeta ni sexo ni edad. Lo censurable es que los motociclistas se ubican en lugares que conocen perfectamente, que son estratégicos para sus fines, como ser las fraternidades, restaurantes, bares, lenocinios, locales para matrimonios o lugares donde se realizan festejos. Y ahí comienza la captura de conductores sin contemplaciones de ninguna índole lo que es censurable porque en el afán desmedido de despojo, no existe disculpa ni justificación alguna si no se arregla con dinero. Tanto peor si los atracadores capturan un Mercedes, Audi o BMW, cuyo precio de rescate sube a las nubes.
“Sóplame el ojo” o “sóplame la oreja”, le dicen al conductor del vehículo y mediante el olor deducen si la persona ha bebido mucho o poco. ¿No es una barbaridad? El conductor no sabe qué hacer, porque desde luego que eso de echarle el aliento en la cara a una persona es antihigiénico, pero lo obligan. Lo lógico es que a uno le hagan soplar un alcoholímetro que mida el grado alcohólico, pero no un soplo que queda a la interpretación de quien lo recibe.
Antes los policías de tránsito cobraban una tarifa que iba de 100 a 300 bs, dependiendo del tufo. Ahora no se conforman ni con 1.000 y el sábado pasado detuvieron a dos parejas que estaban en un vehículo a quienes les exigieron 2.500. Pero, además, uno de los policías, luego de las sucias sopladas, le exigió al conductor que le diera lugar y se sentó al volante, intimidándolo con retener su vehículo en Tránsito hasta el día lunes. Para colmo, siendo un patrullero, el sujeto manejaba torpemente. Todo se solucionó a medias con el pago de 1.300 bs, quedando una deuda de 1.200, para lo que el policía requirió el número de celular de dos de los ocupantes.
Toda exageración es mala y no es posible que no se pueda ni hacer el brindis en un matrimonio porque ya están los acechadores a la espera de embolsillarse los billetes. Así el agua mineral deberá sustituir al champán en las bodas o todos los asistentes deberán utilizar taxis. Es absolutamente necesario detener a los ebrios para evitar muertes, pero es lamentable que algunos policías se dediquen a la caza de pavos para aumentar sus ingresos.
Esto dice muy mal de la Policía, casi tan mal como el vergonzoso ofrecimiento que ha hecho su comandante a S.E., brindándole, como si fueran propios, los 37.000 hombres bajo su mando, en apoyo al “histórico” proceso de cambio, hecho insólito que atropella a la Constitución y que provoca un mar de dudas respecto a quienes deben resguardar el orden y no solo a un Gobierno.