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¿PERO QUÉ PASÓ?

Manfredo Kempff Suárez

Fue tal la conmoción que produjo la confirmación que Jeanine Añez se lanzaba de candidata a la Presidencia, que hasta emitir una opinión no tenía sentido si no se esperaba unos días para que el nuevo estado político se decantara, para no errar y poder sondear hasta el fondo cuál había sido el motivo real para que nuestra garantía de fortaleza y honestidad, abandonara su misión de ser la autoridad confiable en las elecciones del 3 de mayo.

Una semana después del anuncio podemos decir que no compartimos la actitud de la señora presidente; y algo más, que para estos tiempos la hallamos innecesariamente peligrosa. Es que resulta muy difícil comprender cómo, en un dos por tres, se puede desequilibrar todo un costoso andamiaje, penosamente levantado, como es este Gobierno Constitucional Transitorio, con el que nos identificamos todos los adversarios del MAS. Jeanine Añez era como un talismán que nos traería suerte a todos y no a una parte solamente.

Este es un proceso que viene desde el 21-F, es decir desde hace tres años. Y llegó a su erupción con el escandaloso fraude – uno más – que montó ese maestro de la matufia que es Morales. Del multitudinario cabildo promovido por el Comité pro Santa Cruz, ya no hubo cómo detener la marea popular que encabezó Luis Fernando Camacho, a la que se fue plegando, día a día, todo el resto del país. Finalmente, sin disparar un tiro, el dictadorcito marrullero huyó abandonando el mando de la nación y apareció, por la línea constitucional, Jeanine Añez, un ángel salvador.

En unas pocas semanas el Gobierno había realizado una increíble labor en todo sentido; desde la ley de convocatoria a nuevos comicios, pasando por la elección de vocales idóneos para la CNE y pacificando el país al entablar contactos con el sector del MAS que no era servil ni estaba subyugado a Evo Morales. Pero, además, existía su anuncio de reformar las instituciones del Estado, que están en total putrefacción, aspecto central si Bolivia quiere salir adelante. Y en el campo internacional se produjo una impecable conducción de nuestra Cancillería, que mostró a una nación renovada, con ideas propias, con personalidad. Eso y más se estaba haciendo para contento del pueblo, que por primera vez supo que la diplomacia no estaba hecha solamente para mirar hipnóticamente el mar.

Y de pronto, empezaron los rumores de que la señora Jeanine Añez podría candidatear. Primero fue una entrevista en CNN que nos puso los pelos en punta: “me la pone difícil”, le dijo a una pregunta de Fernando del Rincón. Y luego habló de la candidatura un ministro, después otro, más tarde un jefe político, y de repente nos dimos cuenta de que en Bolivia estaba cundiendo la paranoia. ¡Era evidente que el “ángel salvador” postularía a la Presidencia! Pero, ¿por qué? Todo se había hecho bien: había un ambiente de paz; fecha para las elecciones, existía un tribunal electoral confiable, y los candidatos estaban inscribiendo sus alianzas, listos para lanzarse a buscar votos. ¿Qué pasó entonces?

El gran cariño que recibe de la gente y una popularidad genuina, no forzada, hizo que el entorno de la mandataria se animara a dar un paso arriesgado y mezquino haciéndola candidata. Por supuesto que su partido político, los Demócratas, estuvo encantado, no solo porque ahora es lo más importante del Gobierno, sino porque se le abre las puertas para, a través de su ex senadora, poder acceder a un auténtico poder, a una gestión completa de Gobierno de 5 años, luego de su empecinado afán en dejarse dar una tunda memorable en las pasadas elecciones de octubre pasado.

No dudamos de la honestidad de la presidente. Creemos que es una persona de bien. Pero para jugar en las grandes ligas de la política nacional se necesita de mucha picardía y desconfiar de los halagos dañinos. Decía Jeanine Añez que presidiría unas elecciones transparentes, las más transparentes de la Historia, una vez más. Pero si la presidente es al mismo tiempo la candidata, la transparencia deja de serlo.

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