40 AÑOS DE DEMOCRACIA BURLADA
Festejar con cohetes los 40 años de democracia está muy bien, fue extremadamente difícil conquistarla para quienes la pelearon, pero eso es solo para la tribuna, para el pueblo. Porque no puede festejar con mucha alegría la ex presidente constitucional Jeanine Añez, encarcelada abusivamente hace mucho más de un año, ni habrán recordado felices el 10 de octubre, los ministros, militares, y opositores al MAS, que corrieron la misma suerte de la ex mandataria. Ni los cientos de exilados y perseguidos políticos que fueron víctimas del implacable y enfermizo odio de Evo Morales. Lo cierto es que, al mero estilo boliviano, hubo asedio a la democracia desde el mismo 10 de octubre de 1982, cuando primero fallaron con el secuestro al presidente Hernán Siles y luego le recortaron un año de gestión desde el Parlamento, golpe que se disfrazó de manera ladina. La situación económica era catastrófica, tanto que la COB y los trabajadores, inconcebiblemente, fueron quienes armaron la carga explosiva, y los jefes políticos opositores encendieron la mecha.
A partir de 1985 el país fue ordenándose y llegó una estabilidad que duró hasta que el “Mallku” en el altiplano y Evo Morales y sus seguidores cocaleros desde Cochabamba, empezaron a ajustarle las clavijas a los “neoliberales” con una guerrilla distraída que iba minando los soportes del Estado, hasta que todo estalló con el derrocamiento de Sánchez de Lozada.
Afortunadamente hubo una sucesión constitucional, pero al sucesor, Carlos Mesa, ya no lo dejaron vivir en paz, porque se dieron cuenta de que la democracia era un fruto maduro que no aguantaría ni el menor remezón. Y fue lo que sucedió cuando obligaron a Carlos Mesa a renunciar. Además, esta vez, la sucesión presidencial que le correspondía al cruceño Hormando Vaca Díez como presidente del Senado, no se produjo, ni tampoco con Mario Cossío, presidente de los Diputados y fue a manos de Rodríguez Veltzé, cabeza de la Corte Suprema de Justicia. ¿Y qué de la Constitución? Si nos fijamos sin hacer demasiado esfuerzo y sin obnubilarnos, luego de pasadas algo más de dos décadas, tres mandatarios constitucionales tuvieron que irse a sus casas (uno al exilio) sin concluir sus gestiones. Se afirma que lo del Dr. Siles fue un relevo moral, legal, constitucional. Está bien, aunque personalmente no lo vemos así. Pero lo de Sánchez de Lozada fue un golpe de Estado en toda la regla: conspiración, tanques, tiros, muertos, y espantada general. Y a Carlos Mesa lo echaron del Palacio, porque un masismo que ya estaba surgiendo, pasó del cuatrerismo carretero a provocar tropelías en la sede de Gobierno, para tentar si los “desposeídos” originarios tenían alguna chance de llegar a ganar unas elecciones. Si con la Constitución maloliente de hoy, si con los poderes del Estado capturados por el Ejecutivo, si con el vergonzoso secuestro de la justicia mediante el capricho de hacer elegir por voto popular a sus togados masistas, si con los crímenes y el robo tolerados por el poder, vivimos en democracia, vaya que estamos engañados, aunque tengamos que defender el sistema sufriendo.
El Estado Plurinacional no es otra cosa que una peligrosa creación destinada a alentar una democracia pachamamista, que no es democracia ni nada, sino algo esotérico que la presenta como tal. La plurinacionalidad es un intento de crear etnias que se encaramen unas sobre otras, no para que se consoliden en un todo. Declarar idiomas oficiales a 36 lenguas existentes el 2009 – algunas ya pueden haber desaparecido – fue descabellado. Se quería mostrar una nación mayoritariamente indígena. Por eso los masistas no quieren ni oír mencionar el mestizaje, que es la verdadera esencia de los bolivianos. El propósito es empujar la supremacía del aimara o quechua, que sí son lenguas vivas y que se habla en el campo andino y en gran parte de las ciudades, incluida Santa Cruz.
Vivimos en una democracia extraviada y burlada, en un remedo democrático, sin norte, pero que tiene el embrujo de llevar a toda la ciudadanía a votar. A los bolivianos, como al resto del mundo seguramente, lo que nos gusta es votar, pero mientras unos votan para elegir a sus gobernantes, nosotros votamos y hacemos sufragar hasta a los muertos, para que unas maquinitas, programadas tramposamente, sean las que elijan a los ganadores. Mientras tanto, seguiremos festejando a la boliviana, año a año, con raro frenesí, cada aniversario de nuestra aclamada recuperación democrática,porque no tenemos nada mejor.