
Transcribimos a continuación el capítulo VI del libro Monseñor José Belisario Santistevan Seoane, escrito por Plácido Molina Mostajo y continuado por Plácido Molina Barbery y publicado en 1989 por la editorial El País. Aquí se relatan datos clave sobre la contribución a la sociedad que hizo el ilustre obispo. Este fragmento corresponde a las páginas 48-56.
CAPITULO VI: EL CIUDADANO – LABOR SOCIAL
Para considerar este aspecto, examinaremos las actividades de Santistevan en los cargos oficiales que le tocó desempeñar en el ramo de Instrucción, en el Parlamento y en la Universidad. Asimismo las de orden social que no fueran sacerdotales o eclesiásticas propiamente dichas.
Vocal del Consejo Supremo de Instrucción
La Ley de 12 de diciembre de 1882, modificando el régimen impuesto por las penurias del erario con motivo de la guerra con Chile, estableció la instrucción oficial subvencionada por el Estado en todos sus grados, en concurrencia con las iniciativas particulares, asumiendo la dirección e inspección central de la enseñanza por medio de un Consejo Supremo de Instrucción al que estarían subordinados los cuatro Consejos Universitarios existentes, que tendrían en sus distritos la dirección científica y disciplinaria.
Como la Ley de 30 de Noviembre de 1883 determinó que, por primera vez, los Consejos Universitarios nombrarían como delegados suyos a los Vocales de ese Consejo Supremo, que tendría su asiento en Sucre, capital de la República-, el 11 de Junio del año 84 el Consejo Universitario del Distrito de Santa Cruz nombró al vocal que le correspondía, en la persona del Presbítero D. José Belisario Santistevan y, conforme a la Constitución que daba al Ejecutivo la facultad de expedir los títulos de los funcionarios nacionales, el Presidente Gral. Narciso Campero se lo expidió el 5 de Julio de ese año, 1884 (Anexo 8).
Las funciones del nombrado cuerpo sólo comenzaron el 25 de Agosto y duraron poco, pues la Ley de 24 de Octubre de ese mismo año lo suprimió, como uno de tantos efectos de la velocidad legislativa en la materia, y con el pretexto de que el organismo no daba los resultados que se había concebido al crearlo.
De todos modos, experiencia y voluntad de servicio fueron puestos a disposición del país por el sabio sacerdote.
El Senador
Su labor senatorial aparece en no pocas leyes y resoluciones que llevan su firma como Senador Secretario de las que son más notables las siguientes:
R.L. de 13/15 de Noviembre de 86, que autorizó al Ejecutivo a plantear las reformas necesarias en la instrucción primaria.
Con esta autorización el Gobierno dictó el Decreto de 10 de Diciembre de 86 con el Estatuto Provisional para 1887.
R.L. 13/15 de Noviembre del $6, concediendo premio por sus servicios al Dr. Daniel Campos.
Ley de 16 de Noviembre del 86, que erigió el Distrito Universitario de Tarija.
Ley de 20 de Noviembre del 86, que reglamentó el servicio diplomático.
Ley de 22 de Noviembre del 86 que fijó las dotaciones de los generales, jefes y oficiales del ejército.
Ley de 26 de Noviembre del 86, que estableció las nuevas aduanas, recargos y supresión de impuestos, y mercaderías libres.
Ley de igual fecha, sobre revisitas y rebajas de contribuciones territoriales a los indígenas.
Ley de 27 de Noviembre del 86, sobre circulante de moneda de níquel.
Por lo relativo a otras discusiones camarales, nos hemos de referir a lo que recordó el Dr. José M. Aponte en un discurso pronunciado como representante del Comité que se encargó de celebrar las Bodas de Plata Episcopales en 1916, en el que dijo: «Yo escuché en Sucre al Ministro chileno, D. Darío Zañartu, hacer los más altos elogios de los discursos de Santistevan en el Senado, en tratándose de las siempre discutidas relaciones entre el Estado y la Iglesia”.
Así como esas, trató magistralmente otras análogas, en las legislaturas en que le cupo asistir de 1884 a 1887.
El Cancelario
En la «Nómina de Rectores” que trae la sintética «Historia de la Universidad”, del Dr. Julio A. Gutiérrez, el Obispo Santistevan, quien ejerció el cargo con carácter ad honorem, desde el 1º de Enero de 1891 hasta el 7 de Enero de 1897, ocupa el séptimo lugar.
Cumplió esa misión oficial, debatiéndose dificultosamente con los escasos recursos por el Presupuesto Nacional asignados a la Universidad, organismo, entonces, a cargo de los tres grados de la enseñanza: facultativa, secundaria y primaria. El ascendiente del Obispo contribuía a mantener la disciplina en los planteles. Fue su Secretario General el laborioso y capacitado Dr. D. Neptalí Sandoval.
Las direcciones con tendencias cada vez más laicas de los Programas oficiales, que suprimían los estudios religiosos y el latín en los Colegios, y que combatían la independencia de los Seminarios Eclesiásticos, hizo después incompatible la función episcopal con la oficial.
En consecuencia renunció irrevocablemente el Cancelariato al finalizar el año escolar de 1896 porque, además, había decidido salir en visita Episcopal a recorrer la Diócesis. El Gobierno le admitió la renuncia con las consabidas frases de agradecimiento, y nombró Cancelario al Dr. Julián Eladio Justiniano Chávez, que inauguró su ejercicio el 8 de enero de 1897.
Acción social
En este punto, con sumo agrado cedemos la palabra al Dr. Napoleón Rodríguez quien, con elocuencia y sentimiento, se expresa así al satisfacer el pedido de colaboración que, conocedores de su actividad cercana al Obispo, le hiciéramos al emprender este trabajo:
«Lo que sembró Santistevan.
«Quien, como el que escribe estas líneas, fue durante quince años colaborador asíduo de Monseñor Santistevan en el sostenimiento de su magna obra del Colegio Seminario, cree que bien puede hablar un poco de él, sobre todo en esta fecha en que hubiera cumplido cien años de vida (18/V111/43).
«Cuando mis días empiezan a descender ya por el otro lado de la montaña, se me présenta, por contraste, cada vez más clara, cada vez más nítida la figura y, sobre todo, la espiritualidad firmísima de quien fue ejemplo de nobleza en el proceder, de aristocracia en los sentimientos y de vigor en la resolución.
«Mis oídos y mis ojos aún lo escuchan y lo ven. Su palabra acariciadora empezaba a verterse con tierna claridad, ganando por entero el ánimo de quien lo escuchaba; luego insensiblemente, subía de tono, más y más se enardecía en el consejo paternal, adquiría alturas insospechadas en la imprecación y por fin era un torrente desbordado, era la voz del profeta Isaías lanzando anatemas sobre las pobrezas voluntarias de las almas miserables y pecadoras. Y sin embargo era todo perdón.
«Santistevan, en su corazón, en su alma, en lo dilatado de sus sentimientos tuvo casi el alcance de todo un universo. Más pequeño que el más pequeño de los pobres que a diario lo visitaban, se crecía con grandezas imponderables y con soberbias indignaciones ante el proceder innoble de los grandes, ante una caída moral voluntaria, ante un pecado de la vida social; pues no hubo hombre o mujer o familia de Santa Cruz donde no llegara la medida de su justicia inexorable, ya que todos acudían a él en busca de consuelo a sus penas, de remedio a sus contrariedades O de perdón para sus desfallecimientos y claudicaciones. Pobres a quienes faltaba el pan de la vida diaria, familias vergozantes que no podían llegar de puerta en puerta pidiendo ayuda, matrimonios desavenidos, apellidos mancillados con la vergüenza de una lacra: todos vinieron a su hora a las puertas de Santistevan, quien lloraba humildemente con los pobres, remediando sus necesidades y se erguía, en cambio, terrible y amenazador, ante las debilidades humanas que no tuvieron tan siquiera el respaldo de una mediana justificación.
«Los dos puntales de su existencia, las dos obras de su amor y su consagración fueron los colegios Seminario y Santa Ana. A ellos dedicó su afán entero, después de haberles dedicado su fortuna, heredada de sus padres y, algo más, a ellos dedicó su vida humana y sacerdotal. Y ambos colegios respondieron noblemente a los cuidados y afanes de su sembrador. Del Seminario salieron hombres cumbres en los campos de la vida social, política e intelectual de la nación y de Santa Ana surgieron las madres honestas -patricias romanas-, creadoras de familias en donde el honor tiene principal colocación; surgieron hermanas, novias, hijas de purezas, hacendosas; surgió un mundo asentado sobre bases firmes, con la religión de Cristo como sostén inconmovible, con el culto a la patria como condición de honor.
«Dichosos los que como Monseñor Santistevan pueden encontrar el fin de su vida, en medio a los vaivenes tan encontrados de la misma, la serenidad del alma, sin una mancha en la conciencia, sin un pecado en sus blasones, sin el recuerdo siquiera de una injusticia cometida. Y sin embargo de esto, el grande hombre, sintiendo su debilidad humana y la fragilidad y la flaqueza del polvo de donde vino, al abandonar la vida, creyendo insuficientes la obra de justicia y de misericordia realizadas, aún clamaba en los estertores de su agonía: «¡Señor! ¿Entraré a tu Cielo? ¿Iré a tu Diestra? ¡Apiádate de mí y ten misericordia de este Pecador! ¡Recíbeme, te lo suplico…!»
«Digna muerte de un justo. Digna muerte de quien tuvo y tiene en el Corazón de todos los cruceños un santuario levantado, en donde tan sólo se escuchan voces de amor y de consuelo, de justicia y de esperanza, que fueron el evangelio de Santistevan en el largo peregrinar de su existencia».
Asociaciones y periódicos.
Muy partidario Mons. Santistevan de reunir las fuerzas sociales y compactarlas para una acción en pro de los sagrados intereses de la religión y de la sociedad, porfió siempre por constituir núcleos de gente selecta que hiciese las campañas de la buena causa.[1]
Eso era necesario, porque en distintos tiempos, a partir del final de la guerra con Chile, aparecieron en la República tendencias anticatólicas que el gran orador don Mariano Baptista -amigo y contemporáneo de Mons. Santistevan-, llamó la Empresa Jacobina en Bolivia y que empleó toda clase de recursos para apoderarse, primero, de la opinión popular y, luego, de la juventud para llegar al poder.
Fueron manifestaciones de esas campañas una serie de medidas para introducir el laicismo en la enseñanza, sometiéndole a la omnipotencia del Estado, suprimir la independencia de los seminarios y el estudio del latín. Así, también irrumpía contra las costumbres religiosas propiciando el matrimonio civil, el divorcio absoluto y los comentarios laicos, o bien combatía el fuero eclesiástico para ir, al fin, a defender la absoluta libertad de cultos.
Como a estas preocupaciones se añadía el aflojamiento de la moralidad en las costumbres populares que, entre otras manifestaciones se reflejaba en menor apego a las prácticas religiosas y disminución de las vocaciones al sacerdocio-, el Obispo buscó siempre los medios más eficaces, las asociaciones y la prensa, contando con el ascendiente personal de que gozaba en todas las clases sociales y con el cual atemperó siempre, acá, los efectos de esas campañas.
Así, gestionó y obtuvo, el 23 de Febrero de 1890, la organización de la Sociedad Católico-Literaria que fundó el órgano periodístico «El Oriente» y que, año a año, tomaba parte en la conmemoración de la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, advocación del Colegio Seminario, cuyo triduo remataba con misa pontifical solemnísima, panegírico de algún reputado orador, y la conferencia de uno de los miembros de la asociación nombrada.
Para contar, además, con el concurso de la juventud, obtuvo se constituyese un «Centro Activo de la Sociedad Católico-Literaria” editando «El Bien Social», periódico que se sostuvo por algún tiempo.[2]
Ni aun los voceros opuestos entre sí por intereses políticos económicos «La Estrella del Oriente», «La Ley», «La Democracia”, el Oriente», «El Comercio», etc.-, fueron ajenos a esta conducta.
Uno de sus últimos empeños, fue el de sostener la revista «La Acción Católica”, —de la que, por dificultades tipográficas, no llegó a ver sino el primer número.
Justo es, en todo caso, dejar constancia de que los periódicos del país, aun los aparecidos para sostener causas de banderío o personales, guardaron respeto y consideraciones al Obispo, cuya autoridad moral fue muchas veces como un lastre ara aquietar, siquiera en parte, los desmanes de la prensa brava, que surge en los pueblos en formación como los nuestros, donde el periodismo se hace eco muchas veces de fuertes pasiones. Sería ingenuo decir que no fue, alguna vez, objeto siquiera indirecto de arremetidas; pero eso apenas si merece recuerdo. Los centenares de artículos dedicados al Obispo con ocasión de sus aniversarios, Bodas de Plata o de Oro y, más aún, en su muerte que produjo en toda Bolivia un estallido unánime de sentimiento excepcional sin distinción de partidos y banderas—, basta como prueba elocuente de lo dicho, para satisfacción de los buenos y honra de nuestro pueblo.
Referencias
[1] El celo episcopal por la organización de sociedades para cubrir múltiples fines religiosos y sociales, no se limitó a su propia sede. La crónica del P. Pesciotti sobre las visitas pastorales, repetidas veces citada en este libro, atestigua que igual diligencia usó el Obispo en poblaciones del Beni y del Oriente Cruceño, sobre todo en lo relativo a juntas impulsoras de los templos.
[2] Por reveladores de la mente de Santistevan en tomo al periodismo, transcribimos los siguientes conceptos de una carta que escribiera, en agosto de 1910, a la aparición de «El Oriente Boliviano», periódico que invocaba independencia política y propósito de servir los altos intereses regionales:
“… Un órgano de prensa de tópicos más elevados que los de una escuela o círculo político, ha de llevar, digamos así, la toga de la magistratura docta e integérrima en la apreciación de las corrientes e ideas que puedan guiar o extraviar el juicio público; en la de las fuerzas que impulsan las costumbres hacia la perfección o la decadencia, y ser cual experto vigía que dé la voz de alarma y el sabio y prudente consejo. La Religión del Dios-Hombre, que ha civilizado al mundo, debe ser la inspiradora, y el amor a nuestro desdeñado suelo el poderoso motor por sobre todo sacrificio»,