Fuente: La Esperanza
La sabiduría divina, revelada por el Verbo encarnado y consignada en el evangelio joánico, define a Satanás como el padre de la mentira. Es por esa mendacidad característica del demonio que la actual época es satánica por excelencia. Todo está permeado por la mistificación y la delusión hasta el punto de poder entender la realidad de las cosas si se interpreta en sentido contrario todo lo que proclaman los voceros del Régimen del 78.
Junto al pretenso interés por el mundo rural, víctima precisamente del exterminio ideado en siniestros locales de suelo escaqueado, testigos del alumbramiento de nuestra luciferina constitución, se cacarea una impostada preocupación por el calamitoso estado de las líneas ferroviarias que antes comunicaban aquellos pagos.
Dichas líneas ferroviarias servían para dar vida a los pueblos porque facilitaban la vertebración y cohesión de los territorios permitiendo el desplazamiento de personas y mercancías, además, sin tener que pasar por el suelo capitalino. Es decir, líneas como la Monfragüe-Astorga conectaban el oeste peninsular, precisamente la zona más yerma de la actual España democrática, desde el norte de Extremadura hasta tierras de la provincia de León, transportando viajeros, ganado, áridos, etc.
La intencionalidad malsana de quien pretendió castigar estas zonas de mentalidad y vida más tradicionales dejándoles sin infraestructuras básicas no se nos puede pasar por alto. Y el gobierno del partido titular del régimen, llamado socialista, en aras de una convergencia con los patrones europeos, esto es, anti españoles y liberales, ya se dio prisa en ejecutar este desmán en los años 80 del siglo pasado.
Por otra parte, la supresión de esta línea ferroviaria supuso habituarse a la dinámica de autodemolición-subvención, tan presente en el momento actual tras el suicidio del Covid y su correlato de lluvia de fondos europeos «next generation». Esto es, a un absurdo económico le sigue un premio de los comisarios de la unión soviética europea que nos atimbra como colaboradores obsecuentes en nuestra propia ruina y calamidad.
En aquellos momentos en los que España deseaba ardientemente participar de los vicios europeos y la modernización, la inutilización de esa infraestructura vino acompañada, como en la época del desarrollismo franquista, de intensos negocios para construir otras infraestructuras, caso de la posterior ejecución de la autovía de la Plata, y la constitución de nuevas agrupaciones empresariales que afilaban sus colmillos ante el desmantelamiento de los ferrocarriles, caso de ALSA-ENATCAR y otras compañías, y se lucraban con los viajeros abandonados.
Desde entonces, hablar de un ferrocarril digno es como hablar de la «muerte digna», es decir, un sofisma para enmascarar la propia miseria que, en este caso, se concreta en el tren de alta velocidad como último clavo en el ataúd de esa España rural adornada, como un satánico cementerio, con molinos de viento como cruces que certifican su defunción eterna.
José María Morcillo, Círculo Tradicionalista Enrique Gil y Robles