
Hace casi 40 años, cuando la economía boliviana se desplomaba, el Dr. Hernán Siles Zuazo adelantó la convocatoria a elecciones recortando su mandato. Porque condujo la recuperación de la democracia , y tenía la decencia de reconocer que el país se le había ido de las manos. Pero claro, aquellos eran otros tiempos, cuando las palabras «vergüenza» y “dignidad” aún figuraban en el accionar de Siles y de unos pocos políticos.
Hoy, en pleno 2025, el Movimiento al Socialismo (MAS) sigue batiendo récords en materia de destrucción. Han logrado lo que parecía imposible: un colapso económico en cámara lenta, con efectos devastadores en cada rincón del país. El dólar se dispara, el empleo desaparece y la producción nacional es un chiste de mal gusto. Pero tranquilos, porque el cocalero de Chapare tiene la solución: «Vamos a nacionalizar para tener plata».
¡Brillante! Porque si algo ha demostrado la historia de Bolivia es que estatizar empresas produce dinero como si fuera magia. No importa que las empresas estatales sean un barril sin fondo de corrupción e ineficiencia. Lo importante es el discurso, el titular, el grito populista que enciende a las masas. ¿Cómo que la caja fiscal está vacía? ¡Nacionalicen algo, aunque sea un puesto de anticuchos!
Pero esperen, que la genialidad no termina ahí. El «economista» del régimen (sí, ese mismo que cree que imprimir billetes es la solución para todo) ahora dice que en solo dos meses van a construir 170 plantas industriales. Así es, en 60 días el MAS hará lo que en 200 años no se pudo: convertir a Bolivia en una potencia industrial.
Olvidemos por un momento que las pocas plantas que han inaugurado son elefantes blancos, que la de urea es un pozo sin fondo y que la de papel reciclado apenas produce servilletas. Esta vez sí, esta vez será diferente.
Mientras tanto, los bolivianos de a pie ven cómo su dinero vale menos cada día, cómo los supermercados empiezan a vaciarse y cómo el gobierno sigue prometiendo soluciones que solo existen en la imaginación de sus dirigentes.
¿Hasta cuándo? Quién sabe. Pero si algo es seguro es que el MAS no es un partido, es una maldición. Una que, como las plagas bíblicas, destruye todo lo que toca.
@gatovillegas