ArtículosClaudio Ferrufino-CoqueugniotIniciosemana del 7 de JULIO al 13 de JULIO

Realidad y folklore

Los domingos por la noche, si lo permite el cansancio, me gusta ver el programa de Jorge Lanata. Sé lo cuestionado que es, o está, y tampoco soy aficionado al espectáculo, porque pareciera quitarle seriedad a las cosas. Sin embargo, lo entiendo, esas características lo hacen popular y no un opio como suelen ser los programas “serios”. Lo importante radica en que el periodismo tiene que confrontar, cuestionar, al poder; mientras más duro y cerrado este -el caso de los populismos latinoamericanos-, más ácida la crítica y más feroz la lucha. Tiene que ser, dígase lo que se diga, que es mejor incluso defender a otro que callar.

Anoche, Lanata, presentó al tercero en posición al trono argentino (siguiendo a Amado Boudou), al de esta reina Victoria local de voz burda y entrecortada en la novel y ya decadente monarquía K. Este tercero en línea al poder, Gerardo Zamora, hoy senador y exgobernador de Santiago del Estero (extrañamente… su esposa ocupa el cargo que dejó), retrata muy bien la camada de maleantes que se hace pasar por revolucionaria e impera en el continente. Verborrea trágica la suya, plena de “igualdad” y de promesas. Constructor de obras faraónicas, como lo han señalado, en una provincia con la mitad de la población pobre y con 80 por ciento de gente que carece de cloacas. Levanta hipódromos, trenes de lujo con escasas tres estaciones y sin lógica pragmática; hasta un dique que no retiene ninguna agua, que apenas orina un chorrito de líquido por las resquebrajaduras. Danza de los millones, porque es danza que da réditos. Como su flotilla de aviones que utilizan él y su mujer a discreción familiar. Si hay parecido con Bolivia no es coincidencia: la misma tiniebla de manos rateras.

Miren la ciudad de El Alto. Con una dinámica que la asemeja a Hong Kong sin serlo, ni lo será en la próxima centuria, a pesar de que al cacique se le llena de agua la boca (los bolsillos parecen no tener fondo) cuando nos compara con Suiza. Un teleférico, o mais grande do mundo, pero en los dos extremos, en La Paz y El Alto, la gente caga en las calles. Igualito a Santiago del Estero donde se levantan torres gemelas de cristal. Igualito a Caracas, con rascacielos de gasto multimillonario que abrigan un lumpen pervertido y manejado por sicarios.

¿Por qué construyen estos absurdos? Porque así se roba en grande. La comisión por una nave aérea es mayor que por una escuela. Han invadido hasta el espacio sideral; si se mantiene o no activos estos elefantes blancos no es asunto de su incumbencia. Ya cobraron.

Viajé por el norte argentino. Lazos familiares profundos me ligan con Santiago del Estero, es posible que no solo vascos sino también calchaquíes. Y en su música aprendí a amar lugares de nombres de tanto misterio y poesía como Atamisqui y Añatuya. Ver el desastre social de ellos hoy, tan lejos del idilio que implican zamba y chacarera, da rabia y una pizca de tristeza. Pasaron décadas desde que Atahualpa Yupanqui los cantara, o narrara su paso en caballo hacia Añatuya. Sigue igual, o peor, porque la modernidad pudo haber traído mejoras. Ya estuvo la lacra militar, el cáncer de las derechas, y ahora se cierne la sombra de enfermedad terminal que trae la “izquierda” consigo. Cómo añoramos la revolución, pero no hay revolucionarios. Los de ahora, de boca afuera son camaradas; de puerta adentro, príncipes. El mayor negocio en la América Latina no son el oro ni el petróleo sino los pobres. Negocio selectivo, discriminador, auge de paracaidistas y extractivistas de corazón. De poco sirve ese manual superfluo de Galeano, el de las venas abiertas. Acá no cambió nada, solo hay patrones y los otros. No existe división alguna de riqueza. Unos roban y a los perros se les tira pan con moho, así no ladran.
07/07/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 08/07/2014

Imagen: Esfinge/George Sandys, 1610

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