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COMPLETO: «Crónica de un final abierto» por Susana Seleme Antelo

Estamos asistiendo a la caída del régimen de Evo Morales y sus huestes civiles, militares y parapoliciales, luego del grosero fraude tras las elecciones del pasado 20 de octubre.

El Tribunal Electoral –al que dejaré de llamarlo ‘Supremo’, dada su subordinación al poder Ejecutivo, es decir, por encima de él-  lo declaró ganador sin medir el terremoto político que ocasionaría el escamoteo al voto popular. Los indicios sobre sus irregularidades, ya apuntan a la nulidad de pleno derecho de todo el proceso. En otras palabras, no tiene efecto jurídico alguno, y cualquier juez debería aplicar la nulidad de oficio, según Ethical Hacking, la empresa que realizó la auditoría informática al proceso electoral.

Morales no ha caído aún. Le sobra soberbia para darse cuenta que pasare lo que pasare, ya perdió poder y legitimidad. Puede seguir siendo el dictador revestido de demócrata, que creyó que podía convertir a Bolivia, en un “Viet Nam moderno” siguiendo la línea que le dieron “Fidel y Hugo” (Castro + y Chávez +) en 2006. Ya lo había intentado antes, no en vano carga a sus espaldas muertos, asesinatos extrajudiciales, perseguidos y exiliados políticos.  Hoy ha perdido legitimidad por la grosería totalitaria de querer quedarse usufructuando del poder sin fecha ni tiempo en el calendario. Si sigue, puede ser que sea a costa de violencia y otras desgracias políticas y democráticas, como en Venezuela y Nicaragua.

En los hechos, la participación de Morales en las últimas elecciones fue ilegal, pues el Art. 168 de la Constitución acepta solo una reelección continua. Ha ido por la cuarta.  Además, desconoció el voto popular del Referéndum que el 21 de febrero de 2016 que le dijo NO a una nueva postulación. Hasta hoy, esa es una canallada impune, amén de otras. Morales y los suyos destrozaron toda la institucionalidad republicana, tanto que le cambiaron el nombre, de República ha Estado Plurinacional, se archivó la independencia de poderes, y se entronizó una dictadura revestida de democracia, de la que utilizó solo el método: el voto para legalizarse y legitimarse, siempre con el fraude a cuestas. La corrupción descomunal tomó carta de ciudadanía, e instauraron un modelo vicioso de gestión pública, que hizo del despilfarro de la bonanza económica por los hiperprecios de materias primas un modus operandi fallido, pues no cambió el patrón de acumulación primario extractivista.

El fraude del Tribunal Electoral y la victoria que le concedieran a Morales fue la chispa que le explotó al régimen en el rostro.  Por eso Bolivia hoy muestra otra cara, que provoca entusiasmos y sorpresas varias. Desde hace 18 días, libertaria, democrática, insurrecta, solidaria y pacífica, las más de las veces, la ciudadanía se ha apoderado de la política, sin figuras políticas a la vista. Caminan la ciudadanía y el civismo como derecho político democrático, en contundentes cabildos, paros cívicos, bloqueos, marchas, concentraciones, movilizaciones, con 40 grados de calor en el Oriente, o con fríos en Occidente, o bajo la lluvia.  También en violentos enfrentamientos contra la policía y los serviles a Morales, que arrojan, hasta ahora, 4 víctimas fatales, una de apenas 20 años, y cientos de heridos y detenidos.

Esta movilización polifacética y múltiple descubre una cohesión social ausente hace años. En Santa Cruz recuerda las luchas cívicas por las regalías petroleras de los ’50 y por las autonomías a inicios de los años 2000. Ese sentimiento de rebeldía que reclama democracia y libertad ante el fraude, se respira, se palpita y se vive en calles, barrios, avenidas, plazas, rotondas, ‘ollas populares’ de Santa Cruz de la Sierra. También en el resto del departamento, en La Paz, Cochabamba, Sucre, Potosí, Tarija, Oruro, Beni, Pando, El Alto, contra los intentos continuistas de Morales “para toda la vida”.

Este escenario postelectoral habla de que la correlación de fuerzas ha cambiado a favor de la sociedad democrática organizada contra el régimen. Quienes por una u otra razón viven fuera del país, y son miles, también lo expresan militantemente a favor de la democracia y la libertad.

En la crisis han surgido nuevos sujetos tan cívicos como políticos, aunque reclamen su civismo por encima de lo político. Son emergentes, lo mismo que una juventud pujante y comprometida que ha invadido el escenario de esperanzas.

Desde el Comité Cívico de Santa Cruz, surgió el liderazgo de Luis Fernando Camacho (39) su presidente, abogado y empresario. Por las inéditas dimensiones que ha cobrado su liderazgo, pareciera que responde a postergadas necesidades colectivas desde el punto de vista sociológico y psicológico. Ha llenado un enorme vacío emocional y político que se traduce en cohesión social, reconocimiento entre bolivianos/as, representatividad, inclusión y consenso por un objetivo: derrotar ‘al tirano’ Morales y obtener su renuncia, con carta incluida.

De características casi mesiánicas y religiosas, Camacho es el nuevo líder que retoma las banderas del Federalismo y se enfrenta a Morales. Primero, de cara a los devastadores incendios que arrasaron cerca de 4 millones de hectáreas en la Chiquitania, cuna de la identidad mestiza cruceña.

Camacho convoca y convence a centennials y a mileannials, con conciencia social, ecológica y política por la democracia y la libertad. Les ha dado esperanzas y han soprendido a los demás. También convoca a adultos, a hombres y mujeres, profesionales y a informales, todos mezclados, sin distinción alguna. Su discurso es sencillo, profundamente religioso y persuasivo por su impacto en las masas. Sin pretensiones ideológicas ni intelectuales, su compromiso es exigir la renuncia de Morales. Eso quería oír una gran mayoría de la gente. Y Camacho lo dice y lo repite sin pausa y sin tregua. Va tras ella hasta la sede de gobierno, elude obstáculos, allí es aclamado por la gente y asediado por los afines a Morales.  Dejar esa carta y una Biblia para que Dios ‘vuelva’ al viejo Palacio Quemado, es un acto que habla de fe, de esperanza y valentía. ¿Solo la salida de Morales el remate político de esa cruzada? ¡No es asunto nimio!.

Camacho exhorta a continuar un paro general que lleva 18 días de cumplimiento en Santa Cruz, la locomotora económica del país, con anuencia de la burguesía, en cualesquiera de sus fracciones, de a buenas o a regañadientes. Sin embargo, el paro no se conduele de la economía popular, la que vive el día a día y no tiene ‘ahorros’ como de los que disponen la clase media y alta.

Otro líder emergente es el presidente del Comité Cívico de Potosí, Marcos Pumari (38) Administrador de Empresas. Menos emocional que Camacho, más bien serio, procede del sindicalismo campesino y obrero. Pumari es de los pocos líderes que reivindica, el papel de las mujeres en la sociedad. Recoge las banderas del Federalismo, como Camacho. Ambos van tras la renuencia de Morales y rechazan sin tapujos a los políticos, a quienes habrá que llamar ‘tradicionales’. Esgrimen ante ellos un “Vade retro Satanás” sin complejos, que puede recoger una sensación de rechazo de la sociedad a los políticos, muchas veces con razón. No obstante, con el riesgo de caer en la antipolítica que puede desembocar en un remedio peor que la enfermedad, pues suele ir acompañada de un regresivo populismo.

Hay un vacío político presente y futuro para el país, pues ningún líder expresa su visión estatal para después de la probable renuncia de Morales, si tuviera lugar. Rechazan el fraude y la auditoría de la OEA, tan sospechosa por la actitud de su Secretario General, que nunca se pronunció sobre el atrabiliario Derecho Humano de Morales a la reelección indefinida, promovido por un Tribunal Constitucional también subordinado al poder de Morales. Los cívicos desaprueban dicha auditoria que debe determinar las ‘irregularidades’ por falta de transparencia y cambio inexplicable de la tendencia hacia la segunda vuelta, por parte del Tribunal Electoral. El fraude dio ganador a un Morales que ni con las trampas rozó el 62% que obtuvo en 2014. No obstante, le dio la ventaja necesaria: 47 %, fraude incluido, para eliminar la segunda vuelta, inevitable dadas las tendencias. Le correspondía enfrentarse con el segundo ganador, el expresidente Carlos Mesa (octubre 2003- junio 2005).

Morales y Mesa tienen un algo en común: ambos contribuyeron a la renuncia de Gonzalo Sánchez de Losada en aquel octubre. Si de golpe de Estado se tratase, como arremete Morales contra Camacho, Morales debiera refrescar la memoria.

Carlos Mesa, dubitativo y sin dar la cara, no supo leer con visión política el liderazgo al joven Camacho, quien sí empezó a dar respuestas a las demandas concretas del movimiento ciudadano.  Mesa no actuó como un líder político que obtuvo 2 millones de votos, no tanto por él mismo, sino que fueron votos anti Morales. Fue el voto útil el que lo colocó en la alternativa de la segunda vuelta. Al no entender esa ecuación, no se conectó pueblo movilizado.

¿Cómo salir del estancamiento político con un Morales que no reconoce su derrota social y política, aunque se diga ganadores de las elecciones, pero sin gobernabilidad? Ya no le servirán como antes su séquito de profesionales al servicio de la ortodoxia económica arropada hipócritamente de indígena-originaria-campesina, ‘pachamamista’, y unos movimientos sociales siempre como masas de acecho y acoso. Como los cocaleros de Chapare, su Santuario. Allí donde se produce la materia prima de la mercancía cocaína. Se le agrega la presión de sus gobiernos ‘amigos’, como Rusia, Irán, China, Cuba, Venezuela, amén del crimen organizado de la droga, según denuncia el periodista Humberto Vacaflor.

Las demandas postelectorales se convirtieron en una espiral ascendente, y cada cual tan políticas como las anteriores, a medida que se iba comprobando el brutal asalto al voto popular: i) rechazo a la auditoría de la OEA; ii) rechazo a la segunda vuelta, iii) renuncia de Morales, iv) anulación de las elecciones del pasado octubre, v) nuevo Tribunal Electoral independiente, vi) nuevas elecciones sin Morales como candidato.

El grito “Nadie se cansa, nadie se rinde. Evo de nuevo, huevo carajo”, ha sido francamente movilizador, acompañado de música y creaciones artísticas de enorme valor emotivo y patriótico. Sin embargo, esta es una lucha política por el poder. Como tal debe tener un desenlace político. La solución es política, que de acuerdo a los cánones clásicos de la democracia es la negociación. ¿Dónde están los políticos, quién negocia, si estuvieran negociando, qué cosas negocian?  Junto a periodistas y mediadores para resolución de conflictos, los argumentos para la negociación son que se evitará la creciente polarización social y la continuidad de Morales en la conducción del país.

Si se fuera a una segunda vuelta, ¿en qué quedarán las denuncias de fraude y de nulidad de pleno derecho de todo el proceso electoral, y el clamor popular que rechaza esa posibilidad?

Los amotinamientos de las Comandos de las Policías de Cochabamba, Santa Cruz, Sucre, de todos los departamentos y otras poblaciones menores, salvo La Paz, contra del régimen, al lado de las movilizaciones civiles, habla de un proceso insurreccional que nadie previó. ¿Cuáles las razones de los amotinamientos de la policía?  Reclama igualdad de tratamiento como el que reciben las Fuerzas Armadas, que hasta ahora no ha ejercido su función del monopolio del uso de la fuerza. No quieren reprimir. Tienen motivos pues en 2003 reprimieron otra   sublevación popular, y cinco altos mandos militares purgan cárcel de entre 9 y 12 años, tras un juicio por genocidio.

En un intento por frenar la llegada de las caravanas de buses de Potosí, Sucre, Uyuni y otras ciudades que se dirigen a reforzar las movilizaciones en la ciudad de La Paz, organizaciones afines al MAS instalaron al menos cinco puntos de bloqueo en el altiplano de Oruro y La Paz. Los bloqueos oficialistas comenzaron después de que Morales llamó a los “patriotas” a que lo defiendan de lo que considera “un golpe de Estado”. Sin embargo, los sitios de bloqueo fueron abandonados luego de que los policías de casi todo el país comenzaron a amotinarse.

Esta una insurrección popular, ciudadana y policial frente a un régimen muy debilitado, frente a un informe de la OEA que ya parece extemporáneo, y una a tambaleante segunda vuelta, como solución parche. También ronda una creciente anomia política y social, que describe la ausencia de autoridad estatal. Creo que hoy, ni una feroz represión militar podría parar la insurrección popular ni salvar a Morales y a sus hombres. Les fallaron la táctica y a estrategia de dominación no solo para robarle el alma a los ‘q’aras’, sino a los sectores populares y a sus organizaciones.  ¿En qué momento se rompió el vínculo clientelar que ejercieron sobre la base de prebendas y otras canonjías con las que les robaron su condición de ciudadanos libres?

Morales y sus hombres jamás pensaron que podía ocurrir algo así. Tampoco el sistema de partidos político, ni los llamados analistas. Estamos asistiendo a la caída de Morales, merced a una ‘revolución’ popular y policial que reclama democracia, libertad y justicia.

Luis Fernando Camacho, con sus cabildos, movilizaciones, su largo paro productivo, su invocación a Dios, y su paciente persistencia en pedir la renuncia de Morales ayudó – ¿sin saberlo? – a esta insurrección nacional. ¿Fue espontánea o tuvo dirección consciente? Como quiera que haya sido, la emoción democrática que invadió a Bolivia desde la tarde de ayer, viernes 8 de noviembre, nos movió hasta las lágrimas. El pueblo en las calles protegiendo a los miembros de unidades policiales fue inédito, tanto como escuchar a policías gritar por megáfonos “nadie se rinde, nadie se cansa, Evo de nuevo, huevo carajo.”

Seguimos ante un final abierto, que presagia un futuro sociopolítico poco fácil. Desde exilio, en el amanecer del sábado 9 de noviembre, Guido Añez, sin saber cómo amaneceríamos, se preguntaba si la carta de renuncia de Camacho le llegó a Morales, si aún está para entregársela, o si hay que mandársela por DHL a Cuba o a Venezuela.

Esté o no esté ¡ganó la democracia en Bolivia!

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