ArtículosIniciosemana del 24 de DICIEMBRE al 30 de DICIEMBREWinston Estremadoiro

El tiempo del Pachakuti y la Resonancia Schumann

Es 28 de diciembre, día de los Inocentes en Bolivia. Siendo ocasión de hacer bromas, no es una decir que he esperado que pase el 21 de diciembre, para ver si el cielo amanecía color de rosa, las aves trinaban más felices, la polución ambiental había cesado y el aire estaba diáfano, como correspondería al tiempo de equilibrio y armonía, el Pachakuti, anunciado por clérigos pachamamistas del gobierno de Evo.

El canciller Choquehuanca había proclamado que en dicha fecha empezaba “una nueva era en la historia de la humanidad”, y los collas (aymaras) eran ‘guerreros del arco iris’ que devolverían el equilibrio a la Tierra y a sus gentes (menos a los mojeños, Chimanes y Yuracarés del Tipnis, por supuesto). Nada, solo quizá el olor de amoníaco en orines y el dulzón de heces fecales, que turistas folclóricos y pachamamistas dejaron en la Isla del Sol. Falta nomás que las rogativas a la Pachamama del Presidente Evo y su Canciller, sirvan de poco para que el mandatario venezolano salga airoso de la fase terminal de su cáncer: como sus besos a crucifijos, luego que el doliente apaleara a su gusto a la religión católica.

Un fascículo oficial sobre la descolonización definía el pensamiento colonial “como la organización de elementos desiguales, interrelacionados entre sí por relaciones de dependencia, de sumisión…” No sé si se referían a la casta Inca, que se diferenciaba de los sometidos (entre ellos, los aymara) por distender sus lóbulos y ser apodados de “orejones” por los españoles. Nada de equilibrio y armonía tiene el anuncio de un dirigente gobiernista, de que la justicia comunitaria aymara castrará testículos y amputará manos. Si cunde la práctica, entre violadores deberían armar coros de obesos castrati. Si identifican a los extorsionadores en el Gobierno, menudearán los “tucos” de mano, que jurarán con el muñón en alto y la mano derecha en el corazón, y no será por pescar con dinamita.

Ya había pasado el 12.12.12, críptica fecha donde se alinearían los planetas y el fin del mundo llegaría. Anduve esperando, ron campechano en mano y acompañado de la sedosa voz de Nat King Cole cuando era jazzista, que hubiera un gran apagón de la comunicación satelital por el aumento de manchas solares previas al ‘máximo solar’ anunciado por científicos. La yesquera me impidió reservar una suite en un hostal de Salvador de Bahía, con alguna bahiana así fuera falsa, como el rockero inglés alojado en un hotel brasileño a esperar el fin del mundo anunciado por el calendario maya.

Confieso que anduve confundido. Por un lado, presagios pachamamistas de que despertaríamos buenitos después del 21 de diciembre: la mayoría “buenudos” –mezcla de bueno con cojudo– por crédulos. Por otro, leí un correo –salpicón de ciencia y “pajpaquerío”– sobre la Resonancia Schumann. He ahí que me entero que la sensación de que las horas y los días corren, no tiene que ver con estar de bajada con la tercera edad y todavía tanto por hacer, sino con que un día de 24 horas ahora es de 16, porque la velocidad de giro de la Tierra sobre su eje ha variado.

Estamos experimentando un salto cuántico hacia la cuarta dimensión y yo ni cuenta me había dado. Se alterarán los campos magnéticos del planeta, que sostienen la memoria y la cordura. Con razón, me dije, a veces no me acuerdo del nombre de alguien que me saluda; ¿no da para dudar de la salud mental del Gobierno el malgasto de millones en fastos pachamamistas? Peor aún, si se debilitan los campos magnéticos la vida se hará más peligrosa: ocurrirán tsunamis, terremotos y otras calamidades; la Tierra se detendría y en dos o tres días giraría nuevamente en la dirección opuesta, con el consiguiente desequilibrio ecológico y el caos de la población mundial.

¿Qué hacer? Bueno, la forma de que ocurra una desgracia es pensar que pudiera ocurrir, porque el pensamiento colectivo es lo que hace que sucedan las cosas buenas o malas. A pensar bonito, porque será el accionar mental de todos lo que podría reversar el futuro apocalíptico. Pero aunque me conmueva la anécdota del Evangelio, soy como el apóstol Tomás, que cuando apareció el Señor resucitado insistió en meter la mano en su herida del lanzazo.

Aún más escéptico desde un informe de la ONU. Para el año 2030 se necesitarán 50% más de alimentos, 45% más de energía, 30% más de agua, y 3.000 millones de seres humanos caerán en la pobreza. Habrán millones más de personas desnutridas que en el año 2000; en nuestro país de armonía y equilibrio seguirán viniendo los espectros potosinos a pedir limosna en fiestas y feriados. Cada año se pierden 5.2 millones de hectáreas de bosques, un área del tamaño de Costa Rica, a las que habrá que añadir los del Tipnis cocalero. Aumentará el nivel de los mares porque se calienta el planeta con 38% más de emisiones de dióxido de carbono entre 1999 y 2009. Que 85% de las especies de peces han desaparecido o están sobreexplotadas; cuando aumenten en 3.000 millones los consumidores de clase media en el mundo, todos querrán comer sushi para deleite de los depredadores japoneses de mares mundiales: en Bolivia habrá nomás que meterle el diente a los sábalos envenenados por los deslaves mineros.

Urge cambiar la economía política por la ecología política y el desarrollo sustentable. Si el pensar colectivo hace que las cosas buenas sucedan, cultivemos pensamientos positivos para que el Gobierno deje de hacer bromas caras, como el tongo de la Isla del Sol, y se cambie, de veras, este país digno de mejor suerte.

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